Cuando apareció En la ciudad sumergida, Joan Pericàs publicó uno de los mejores artículos que se escribieron sobre el libro. No diré todo lo bueno que escribía en él porque no viene al caso, pero sí que Pericàs, como lector y palmesano, se había encontrado a sí mismo en sus páginas y que precisamente por la felicidad que le había causado hacerlo „y aquí venía la segunda parte„, discrepaba de mi admiración por la capilla barcelonita y así lo hacía constar. Le molestaba topar, en aquel paisaje literario donde había sido feliz, con un elemento irritante a sus ojos. Consideraba esa capilla un intruso en el paisaje urbano y lo tildaba de ´les escòrpores foranes´ o algo parecido.

Argumentaba Pericàs que tal vez esa observación me enfadaría y se equivocaba: no me enfadó en absoluto y, además, hacerlo „dado su limpio entusiasmo por mi libro„ habría sido tan innoble como descortés. En su comentario había sinceridad y nobleza, ni rastro de mala fe y tampoco de esa rácana puñetería tan habitual en el medio. Lo que no pude, en cambio, fue darle las gracias y eso sí estuvo mal por mi parte. Joan Pericás y yo no nos conocíamos, no nos habíamos tratado nunca; incluso de cruzarnos por la calle entonces, quizá ni nos habríamos reconocido. Cuando supe que estaba muy enfermo y en ese umbral donde un intruso „y eso hubiera sido yo en aquel momento„ no pinta nada, me retraje. Son actos así los que le dejan a uno un poso incómodo que alimenta la mala conciencia. Los llamados pecados de omisión, ya se sabe. La vida, también.

Al cabo de unos meses Joan Pericàs murió y poco después, la editorial Sloper publicó en un tomo su obra literaria, consistente en unas Memorias y un par de libros de poemas, que al revés que las Memorias, no he leído aún. Siempre hay que dejar algo de aquellos a los que respetas para poder volver, sobre todo cuando sabes que no van a publicar nada más porque se fueron al otro lado. (¿Y si no lo conocía personalmente, de dónde ese respeto, dígame? ¿Por haber escrito un artículo elogioso sobre un libro suyo? Caramba...) Pues no; la cosa no va por ahí. El respeto hacia Joan Pericàs „tanto como persona como por autor y palmesano que amó su ciudad de una forma que me es familiar„ me lo despertaron esas Memorias, que compré y leí de un tirón bastante tiempo después de que aparecieran. En mi casa el ritmo que marca las lecturas no suele ser el de la actualidad.

De entrada y al empezar a leerlo, me topé con que Pericàs volvía a aludir En la ciudad sumergida, esta vez como uno de los libros origen o libros„pie de donde había surgido el suyo. Esto „me refiero a decirlo y no con la boca pequeña„ es en sí un acto de generosidad tan raro y tan estrambótico en la comunidad literaria que por mi parte se merece todo el agradecimiento que jamás podré ofrecerle y que por eso seguirá alimentando la mala conciencia ya citada. Y más adelante „cuando el libro me tenía completamente atrapado y lamentaba con más fuerza no haber tratado a su autor„ volvía, Pericàs, a discrepar de mi visión de la capilla barcelonita reforzando su argumentación primera. Como si Barceló y su paisaje catedralicio se hubieran colado de rondón y por mi culpa en la memoria que él conservaba de Palma y que tanto coincidía con la mía. Hasta aquí lo personal y lo anecdótico.

A partir de aquí lo objetivo. Lo objetivo es que disfruté de esas Memorias de Pericàs como pocas veces he disfrutado leyendo un libro memorialístico local (y digo local en el sentido chejoviano de la palabra). Además de un bello libro sobre la ciudad y su propia familia „y aquí belleza es sinónimo de afecto y calidez„, las Memorias de Joan Pericàs son una impresionante y muy valiente meditación sobre la muerte, una excelente crónica periodística, un noble testimonio de admiración por la literatura „aunque discrepemos en los poetas que le gustan„ y un reflejo de su particular deslumbramiento „un deslumbramiento de carácter poético„ por la ciencia: de Linneo o Darwin a Jay Gould. Y es, además, el testamento de un hombre que nos deja lo mejor de sí mismo entre sus páginas. El libro se publicó hace año y medio: ¿llego tarde? No lo creo y encima no importa. Para la escritura memorialística de Pericàs no existe fecha de caducidad. Al revés. Por eso me alegra escribir ahora sobre él. No hay libro bueno que no perdure en la memoria y éste lo es. Al escribirlo, Joan Pericàs hizo que la nuestra estuviera mejor habitada. Y siga estándolo. Ahí donde se encuentre él ahora „que seguro es buen sitio„, muchas gracias.