Más de media vida, 32 años, en el Perú. Primero en la sierra, en Huamachuco y desde hace nueve en Trujillo con otras dos: Margalida y Conchi, mallorquina y de Cuenca respectivamente. Unos soles.

Me fui por lana y volví trasquilada, apunta con sorna esta monja Franciscana, vestida con anorak y pantalones de pana, al ser interrogada por los motivos que la llevaron allende los mares. ¿Hábito? Ya no sé si me cabría después de tantos años, porque he engordado. Habrá que creerla aunque su apariencia es la de quien no para desde las seis de la mañana. Para echar una mano o las dos cuando se tercia, y es que el lugar en el (y por el) que se desvive, se las trae. Un grano de arena para hacer un arenal, explica. Complicado, porque no trabaja en la ciudad sino en sus inmediaciones: el lugar donde se vierte toda la basura de la provincia y en el que hozan los cerdos y escarban trescientas familias en busca de alimento. "Allá me fui un día de visita, como de excursión, y me quedé". Para un programa de acciones cuyo nombre dice de las dificultades pero también del resultado: "El Milagro".

El Gobierno les cedió el uso de 8.000 m2 de terrenos baldíos, y la ONG Voluntaris de Mallorca, a través de un proyecto becado en años sucesivos por el Fons de esta Comunidad, ha hecho posible las infraestructuras y mantenimiento de las instalaciones, entre ellas un colegio que alberga a trescientos niños de los que sesenta son menores de cinco años -subraya con orgullo.

Sensibilizar a los familiares para que acepten escolarizar a sus hijos -apunto- no debe ser fácil. Es todo un proceso -responde-. Lo primero que se necesita es proporcionarles una identidad de la que carecen. Hablamos con ellos€ Muchos padres "toman" en exceso, y algunos son delincuentes habituales. Recuerdo a uno que traficaba con cerdos que luego robaba para volverlos a vender y así sucesivamente. Conseguimos identidad para sus cinco hijos, Alvarado se apellidaban, y lo digo en pasado porque sólo quedan tres. Los otros dos se mataron entre ellos. La violencia es frecuente, sí. Yo misma he sido asaltada a punta de pistola en dos ocasiones. Otro hermano perdió los dedos en una riña y la hermana es la única que sigue escolarizada. Solemos convencer a los mayores asegurándoles que, si los pequeños estudian, quizá puedan tener un futuro distinto al suyo. Menos desgraciado.

El profesorado lo pone el Gobierno y la Municipalidad nos ha proporcionado un guardia, pero sin la ayuda de Voluntaris "El Milagro" no habría sido posible, aunque también otros de esta isla han contribuido, desde particulares a la UIB, que ha montado un filtro para depurar las aguas residuales y ya cosechamos fresas. También desde Algaida nos han ayudado, y la escuela de El Milagro se llama Toni Real por el nombre del farmacéutico de Lloseta, que nos dio una cuantiosa subvención tras el fallecimiento de su hijo. Y yo sigo rezando, claro que sí. A veces rezo y otras protesto.

La educación no cuenta allí lo mismo que acá ni las motivaciones son siempre las mismas. Una niña quiere ir a la escuela para poder manejar un día "el carro" como la monja€ Y no tenemos sólo primaria; algunos ya cursan secundaria, hemos puesto en marcha un programa de salud con enfermería, así como talleres de carpintería, albañilería y agropecuario. La intención es reforzarlos, que aprendan un oficio además de asistir a clase. Y tenemos comedor, añade esta monja de palabra franca y cuyas explicaciones encandilan. Tal vez sea que, a diferencia de muchos otros, ella cree en lo que hace. También hemos sembrado árboles€ ¿Y tiene usted familia aquí? Sí: dos hermanos, y vengo cada dos o tres años. ¿Definitivamente? Pues no me lo he planteado. Cuando ya no me necesiten, supongo.

Tras escucharla, y sobre todo tras observarla mientras desgrana el trabajo que la ocupa, llego a la conclusión de que toda su vida, esa que merece la pena ser vivida, está allá, junto al basurero. Junto a los alumnos y los muertos de hambre en sentido literal. Aun a riesgo de que vuelvan a asaltarla una y cien veces. Al igual que me ocurrió cuando conviví con unos monjes misioneros hace ya muchos años, también en Perú, su discurso convence porque surge de las entrañas, sin trampa ni cartón. ¿Qué me parece la crisis? -reflexiona-. Pues comparada con la que vivimos allá de donde vengo, nada que ver. Claro que son situaciones distintas, sin punto de comparación, pero una cosa es tener que apretarse el cinturón y otra llevarlo siempre tan estrecho que ni respirar deja.

Al despedirme le he dicho que me gustaría ir un día a visitarla, y asiente con esa sonrisa que no la ha abandonado a lo largo de la conversación. Supongo que sus interlocutores suelen sentir la misma desazón que yo mismo, enfrentados a todo un modelo de solidaridad por encima de palabras y buenas intenciones. ¡Y que tenga que enseñármelo una monja! Aunque eso sí, y me perdonarán el cariz machista: con un par.