El reciente acuerdo entre la prensa francesa y Google, por el cual la empresa californiana creará un fondo de 60 millones de euros para financiar proyectos de modernización y conversión digital en el sector editorial galo, ha sido acogido en buena parte de Europa como un triunfo de los medios de comunicación tradicionales contra aquellos que obtienen beneficios clasificando y distribuyendo parte o la totalidad de contenidos ajenos sin pagar por ello. Un paso adelante, indican, en la lucha en favor de los derechos de autor en la era digital. El resto de países europeos se ha apresurado a reclamar a Google un acuerdo similar. Todo apunta a que esa va a ser la batalla futura: gobiernos y patronales presionando para que Google extienda el acuerdo a otros mercados.

Pero la realidad dista bastante de poder considerar el acuerdo como un resarcimiento, como una victoria para los medios de comunicación tradicionales, que son los que crean en su mayor parte el contenido del que se alimentan los buscadores y agregadores, los que en definitiva elaboran el producto de calidad del que viven fundamentalmente servicios como Google News, Youtube o incluso, también en parte, el propio buscador. Sí es, tal vez, un punto de inflexión; también es, probablemente, una pequeña ayuda a corto plazo en un momento complicado para la prensa, pero si hay que buscar a alguien que haya salido reforzado del acuerdo, si hay que buscar a alguien que se asegure un rédito

inequívoco en esta operación, ese ha sido sin duda Google.

La firma radicada en Mountain View ha conseguido merced a este pacto privado con una validez de tres años no sólo evitar que se regule de una manera clara el derecho de los productores de contenidos a recibir una compensación por parte de los buscadores o agregadores, que era lo que Google deseaba evitar a toda costa (suponía reconocer, en el fondo, el derecho a la propiedad intelectual y a pagar por el uso de los contenidos, sean para indexar o distribuir, parcial o totalmente), sino que Google, tal como reconoce el acuerdo, ayudará a los periódicos franceses a hacer la transición digital y rentabilizar más la publicidad, lógicamente mediante los productos de Google, esto es, su red de publicidad contextual, con lo cual se asegura continuar controlando el tráfico y las herramientas publicitarias. En definitiva, seguir quedándose con una parte importantísima de los ingresos futuros que se generen gracias a los contenidos producidos por los medios de comunicación. Y, de paso, aleja a la competencia, y evita o, al menos demora, el necesario acuerdo que antes o después deben alcanzar los medios tradicionales para crear sus propias herramientas y no ceder a los intermediarios una parte de los ingresos. No, al menos, una parte tan importante. Un acuerdo redondo para Google. Cierto es que Google podría haber desindexado a los medios franceses y haberse evitado el desembolso de esos 60 millones, pero eso no hubiera supuesto negocio alguno. Y lo que Google quiere y ha conseguido es, precisamente, eso: fortalecer su modelo de negocio.

Llamémoslo entonces por su nombre: inversión. Con este acuerdo, lo que Google ha realizado es una gran inversión, como bien han reflejado los medios norteamericanos, menos idealistas y más pragmáticos en esta ocasión que los europeos, sobre todo los franceses, que siguen celebrando esta especie de triunfo moral sobre los buscadores y agregadores, mientras en ultramar hace ya tiempo que sacan números por esta operación.

En todo caso, cerrado ya el acuerdo, y los que vendrán en el futuro en esta línea de ayuda a la innovación, lo que corresponde a los medios de comunicación en general es aprovechar esa inyección, por pequeña que sea, para dotarse de las herramientas necesarias que aseguren que la audiencia y los ingresos no vayan a parar a terceras partes que obtienen ingresos más cuantiosos que los que logran las propias empresas productoras.

Situarse, en definitiva, en un espacio que no debería haberse dejado vacío, porque otros, como Google, lo han ocupado, y además, con bastante fortuna. Sólo así se evitará que este tipo de acuerdos acaben siendo verdaderos caballos de Troya, pactos que perpetúen una situación de desequilibrio como la actual entre las grandes industrias tecnológicas y las productoras de contenidos, que es absolutamente destructora, (en realidad, tanto para unos, a corto plazo, como para otros, a largo plazo) porque si el dinero no revierte en su mayor parte sobre quienes producen los contenidos, sino que indexadores, buscadores, agregadores y otros invitados se quedan con la mayor parte del negocio generado, el futuro se presenta más que negro. Negrísimo.

Como comenta el periodista Robert Levine en su reciente libro Parásitos. Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura, algo no funciona correctamente en un mercado en el que los medios de comunicación tradicionales sufren cada día más por la caída de ingresos, mientras otros negocios que se basan en los productos que crean los medios de comunicación, emergen de manera triunfante. Sin incentivos ni medios para crear música, películas, libros o periodismo de calidad, lo que quedará será un desierto cultural en internet. Un erial.

Lo bueno es que, como reconoce también Levine, aún no está todo perdido. Hay posibilidad de reacción, y este acuerdo puede servir de detonante. De hecho, en la versión inglesa del libro de Levine, el subtítulo reza "Cómo los parásitos digitales están destruyendo el negocio de la cultura, y cómo el negocio de la cultura puede contraatacar", parte esta última, la del contraataque, que ha desaparecido de la cubierta de la edición española. Esperemos que no sea un presagio.