He aquí el invierno de nuestro descontento. Así es como empieza su tremendo y maligno monólogo el duque de Gloucester, antes de ser coronado como Ricardo III. He aquí el invierno de nuestras desdichas, prefieren traducir otros. Es lo mismo. En España sabemos muy bien lo que quiere decir "el invierno de nuestro descontento" y lo que es "el invierno de nuestras desdichas": Gloucester se ha instalado entre nosotros y su presencia lo va envenenando todo, como en la obra de Shakespeare. He aquí..., pues. Mientras, el resto de personajes asiste impotente a las desgracias que les causa en su camino hacia la corona.

Esta semana han encontrado el esqueleto del rey Ricardo III de Inglaterra bajo el asfalto de unos aparcamientos de Leicester. Lo encontraron hace meses, pero ha sido esta semana cuando el equipo de arqueólogos ha confirmado la identidad real de esos huesos. En Leicester, por lo visto, se frotan las manos porque este hallazgo va a ser una atracción turística de primer orden. No sé lo que diría Shakespeare, pero los que vivimos en el invierno de nuestro descontento „esto es España ahora„ no estamos tan seguros. Se ve que en Leicester no recuerdan su "complots he urdido, inducciones peligrosas..." Nosotros sí. Nosotros vivimos ahora en los versos que fluyen como veneno de la boca de Gloucester, futuro Ricardo III: "Hago el mal y empiezo el alboroto./ De los secretos daños que origino/ echo la culpa a otros".

Nada es ahora verdad ni lo parece. Y lo que lo parece, no necesariamente lo es. Así está acotado el pensamiento, al menos. Todos miran a sus espaldas, para saber quien empuña la daga. La desconfianza ha arraigado en el territorio público con la fuerza de un manglar y las supuraciones de una planta carnívora. Todos sabemos „más aún en el mapa genético de Mallorca„ lo que representa la desconfianza cuando irrumpe sigilosamente „como los traidores o el pernicioso y fluido verbo de Gloucester„ en parejas, amigos o familias. La manzana del paraíso da risa en comparación a los estragos que puede provocar la desconfianza (y no olvido que es producto autóctono como la sobrasada y que estando vacunados, tenemos más defensas que en otras partes del país: aún así). La mentira es el oxígeno de la desconfianza y la mentira ya se instaló en aquel tiempo „el tiempo que precedió al invierno de nuestro descontento„ donde las cigarras cantaban, los urogallos se pavoneaban y las urracas robaban. Ahora el veneno de la desconfianza nos paraliza y hasta la palabra perdón se ha desvirtuado, cayendo „por su uso engañoso„ no sabemos dónde. No lo sabemos nosotros, pero sí Gloucester, que habitaba la inquina como otros su casa, y no perdonaba nunca y sin embargo usaba la noble palabra „usaba, de hecho, cualquier palabra noble„ para el engaño y el disimulo necesarios en su maléfico camino hacia el trono. Aquí no hay más trono que el caos y no lo queremos.

¿En qué podemos creer ahora? ¿Son de verdad los huesos de Ricardo III los encontrados bajo el asfalto de un aparcamiento de Leicester? ¿O están esparcidos por toda España, país turístico, como reliquias del tiempo que vivimos? Porque esta es la impresión que uno tiene cuando contempla el panorama. Luego dudamos entre si Hastings es o no Rubalcaba, y confirmamos que Rajoy no es la reina Margarita. Mientras, el páramo y los personajes que destacan „de los verdugos a los lábiles o los que sólo miran por su hacienda„ sobrecogen el patio de butacas. La desconfianza y la mentira están tan bien repartidas que hasta los notarios deberían aprender de la situación para confeccionar mejores y más ecuánimes testamentos.

El día que los arqueólogos de la universidad de Leicester dieron la noticia del hallazgo, el equipo y la prensa rompieron en aplausos. Me temo que no sabían lo que hacían, pobres. Después dilucidaron: que no era tan feo, que no era tan bajo, que jorobado sí era, pero no tanto. La cuestión: desmentir a Shakespeare. O mejor: caer bajo la seducción de la maligna inteligencia de Gloucester. Yo de ellos iría con cuidado, porque si esos son los huesos de Ricardo III, en Gran Bretaña les espera un futuro como el nuestro. Aunque bien pensado: con la deslealtad que llevan mostrando hacia Europa desde hace años, quizá sí, quizá ese esqueleto sea el del rey que tan bien retrató Shakespeare. Y lo nuestro, la peste negra.