Lo cuenta el semanario liberal alemán Die Zeit y es un ejemplo más de a qué extremos nos lleva muchas veces la corrección política, sobre todo cuando se aplica a la literatura, en este caso a la literatura infantil. Presionadas por los grupos preocupados por estas cosas, algunas editoriales alemanas han decidido sustituir en ciertos cuentos infantiles que son hoy ya clásicos como los de la serie protagonizada por Pippi Calzaslargas ciertos vocablos que hoy resultan ofensivos para determinados grupos de población.

Una de esas palabras es neger (en alemán "negro" referido al individuo de ese color de piel), que tiene hoy una connotación tan negativa como su equivalente en otros idiomas y que aquí también intentamos sustituir muchas veces por "moreno". Como sabrá cualquiera que haya leído los libros de Astrid Lindgren, el padre de Pippi es un navegante que, en la imaginación de la pequeña, se ha convertido en "rey de los negros".

En la nueva edición alemana políticamente correcta se ha eliminado esa palabra y Pippi ha dejado de ser la Negerprinzessin, literalmente "la princesa negra", y se llama Südseeprinzessin (princesa de los mares del sur). ¿Qué hacer, por otro lado, se pregunta la revista con el Kleiner Neger, literalmente el "negrito", que aparece al comienzo de la novela de Michael Ende Jim Botón y Lucas el maquinista como un pequeño Moisés en el interior de un paquete? ¿Deberíamos llamarle "morenito" o "niño de piel oscura"?

Hay quienes han detectado en Pippi Calzaslargas "resentimiento" y "racismo colonial" y citan a título de ejemplo la afirmación que hace en determinado momento la heroína de que en el Congo "no hay una sola persona que diga la verdad. Mienten todo el día. Comienzan muy temprano, a las siete y no paran hasta que se pone el sol". Es cierto que los libros de la escritora sueca, criatura de su época, encierran expresiones que hoy nos resultan un tanto chocantes, como tantos otros ejemplos de la literatura: desde la Biblia hasta nuestro Pío Baroja, pasando por Dante, Quevedo o William Shakespeare.

Así, en determinado momento, dice la heroína: "Yo tendría mi propio negro, que todas las mañanas me untaría el cuerpo de betún para ser tan negro como los otros niños. Todas las noches me sacaría a la puerta junto a los zapatos". ¿Qué decir, por otro lado, del sadismo, la violencia o el sexo contenidos en muchos de los cuentos populares que recogieron los hermanos Grimm y que hoy forman parte del acervo cultural europeo? ¿Habría que suavizarlos o cambiar incluso su contenido en aras de la corrección política?

Los niños tienen una gran imaginación, los atrae todo lo exótico, lo extravagante, y, como señalan algunos psicólogos, ahormar los textos para cumplir nuestra idea de la corrección política es destruir su creatividad y fantasía. Como explica el experto Hartmut Kasten, de la Universidad de Múnich, ningún niño va a tener miedo del rey negro. El problema son los adultos, que proyectan en él sus propios temores o prejuicios.

La solución más sensata sería no censurar un texto, pero sí explicarle al niño durante la lectura por qué hoy en día hay que tener cuidado con determinadas palabras o expresiones, que pueden resultar ciertamente hirientes, ofensivas y racistas para muchos, aunque tal vez no lo fueran „o al menos no en el mismo grado„ en la imaginación del autor o en el momento y las circunstancias en que se escribió el libro.