En estos tiempos convulsos en que Cataluña muestra síntomas de desencaje institucional de la mano de un catalanismo exacerbado y populista, resulta útil echar la vista atrás para constatar que el longevo "problema catalán" no asoma por primera vez en el horizonte de nuestras preocupaciones. Sin embargo, es muy reseñable que hoy el conflicto discurre exclusivamente por cauces políticos, sin que la sociedad civil ni la clase intelectual hayan participado en absoluto en su desencadenamiento ni mucho menos en los intentos de aplacarlo antes de que se desmande y se vuelva insoluble.

Es ilustrativo recordar precisamente ahora que, fracasada la Restauración y llegado al poder el dictador Primo de Rivera, los intelectuales castellanos mostraron mala conciencia por los ataques que recibían la cultura y la lengua catalanas. En 1924, un nutridísimo grupo de intelectuales castellanos „Gregorio Marañón, Claudio Sánchez Albornoz, Azorín, Fernández de los Ríos, Concha Espina y varias docenas más„ redactan un encendido elogio que concluye así: "Queremos cumplir con un verdadero deber de patriotismo, diciendo a Cataluña que las glorias de su idioma viven perennes en la admiración de todos nosotros y serán eternas mientras imperen en España el culto y el amor desinteresado a la belleza". En 1927, La Gaceta Literaria, dirigida por Ernesto Giménez Caballero, de claras inclinaciones fascistas, organizó una gran exposición del libro catalán que alcanzó gran resonancia. Y ya en marzo de 1930, una comisión de intelectuales madrileños realizó en Barcelona un gran homenaje a la cultura catalana, que fue acogida con gran receptividad por toda la sociedad barcelonesa.

Aquella movilización positiva, que tuvo „y no cabe ocultarlo„ también una significación liberal frente a la dictadura, coincidió en el tiempo con la publicación por Cambó de Per la concórdia (1930), ensayo en el que aquel eximio catalanista manifestaba su "llamamiento" [a la concordia], "dirigido especialmente a los intelectuales castellanos y catalanes, que son, creo, quienes han de preparar la solución del problema de Cataluña, y con ella la de los otros grandes problemas políticos y morales que España tiene planteados". Subrayaba Cambó que "los intelectuales no suelen gobernar" pero afirmaba, quizá aventuradamente, que "en los momentos de transición ejercen influencia decisiva en las orientaciones".

Algunos historiadores han insinuado que aquel fervor catalanista de los castellanos durante la dictadura de Primo de Rivera era más crítica al dictador que adhesión a la causa catalana (y ello explicaría que personajes tan antagónicos como Ortega y Giménez Caballero fueran de la mano). Sin embargo, la lectura de las crónicas de la época hace difícil no pensar que había en Castilla y en Cataluña, y por tanto en sus intérpretes intelectuales más genuinos, más conciencia del "problema catalán" que hoy, más deseo de resolverlo por vía de la racionalidad y del acercamiento cultural, y más capacidad de interlocución entre las elites de ambos lados. Hoy, por desgracia, si se excluyen algunos analistas mediáticos, la clase intelectual está absorta y perdida en su propio silencio, como si las cátedras y los recintos profesionales no tuvieran nada que decir sobre lo que está pasando a nuestro alrededor.