Jaime Balmes, aguerrido defensor, bien entrado el siglo XIX, de la tesis sustentadora de la supremacía del absolutismo católico, acuñó una propuesta que puede considerarse apología del fascismo medio siglo antes de que éste se personara en la Historia, en la Italia de la década de los veinte del pasado siglo, de la mano de Benito Mussolini. Balmes afirmó, sin el menor recato, sabiéndose plenamente respaldado por la jerarquía católica: "si la ley basta para mantener el orden, la ley; si es insuficiente, la dictadura". El líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, nos obsequia ahora con otra perla, que incrementa la abultada cosecha del reaccionarismo español de todos los tiempos. Dice, en declaraciones a El País, que "haremos la consulta, aunque el Estado o el Constitucional la frenen". Además de la tontería semántica que supone decir Estado o Constitucional, como si el segundo no fuera una pieza esencial del primero, lo dicho por Junqueras le iguala (la comparación será tildada de antidemocrática y hasta fascista, por supuesto) a Balmes, hoy tan olvidado y antes tan querido por las derechas patrias. La contundente afirmación del líder independentista tiene una virtualidad: deja las cosas claras. Junqueras, al decir "haremos", habla, se supone, también por boca de Artur Mas, con lo que da por certificado que, llegado el caso, el Gobierno de la Generalitat conculcará la legalidad constitucional para celebrar el referéndum si el Tribunal Constitucional lo veta.

Artur Mas se ha metido en un berenjenal, cada día anda más enredado. Está en una posición política e institucional imposible; si, cuando el Constitucional le prohíba la convocatoria del referéndum, la trampa saducea del "derecho a decidir", se empecina en llevarlo a cabo, dejará tras de sí un páramo institucional, pondrá en berlina a la mismísima Generalitat, al obligar al Gobierno central a intervenir invocando los artículos de la Constitución que le posibilitan hacerlo. Convergencia y Esquerra exhiben, como argumento supremo, que no puede existir oposición a que democráticamente se consulte al pueblo de Cataluña para que decida cuál ha de ser su futuro. Es otra de las engañifas semánticas del nacionalismo: no puede existir voluntad democrática al margen de la legalidad del Estado de Derecho. Ni en España ni en ningún país europeo. Además, como ha dicho el expresidente Felipe González, si hay consulta, todos los españoles han de poder expresarse, porque si Cataluña se independiza de España, las consecuencias a todos nos afectan.

Junqueras es el peor socio que Mas podía procurarse. A ERC ya la han sufrido en sus carnes, y de qué manera, los socialistas catalanes. Han quedado hechos unos zorros. Los republicanos no son fiables. Su estrategia es diáfana: van a por todas, nada pierden en el intento. No es el caso de Convergencia Democrática, el partido de la derecha catalana, de sus élites empresariales, que observa alarmada el disparate que protagoniza quien considera, todavía, uno de los suyos. Basta echar una ojeada a lo que después del fiasco electoral dicen concretos y prestigiosos medios de comunicación catalanes, desde siempre proclives al partido fundado por Jordi Pujol, para percatarse de que a muchos en Convergencia la incomodidad se les hace cada vez más insoportable; para qué citar al partido coaligado, en el de Duran Lleida, el estado de ánimo de los democristianos no es el de la incomodidad, sino de la indignación, que ya ni se disimula. Lo malo para ellos es que Duran, con lo del caso Pallarols, está tocado de ala. No se entiende que el PP, por boca de su secretaria general, una Dolores de Cospedal, siempre de trazo grueso cuando se trata de las miserias de los demás, mientras que con las de los suyos es casi una madraza, le haya atizado en toda la cresta. Pero si Duran es la mejor baza que pueden jugar en Barcelona. Pérez Rubalcaba se ha abstenido de hacer comentarios.

De la insensata, por imposible, apuesta, Artur Mas y su círculo de aventureros soberanistas seguramente saldrán incinerados. Los socialistas ya saben en qué consiste darse el gran batacazo. Los convergentes están en ello, aunque prosigan, amparados en el completo imaginario del nacionalismo catalán, que no deja de ser una entelequia, como la de cualquier otro nacionalismo, incluido el español, que sigue sin entender demasiadas cosas, su viaje hacia la nada; puede que esa nada origine la definitiva quiebra del modelo constitucional surgido en 1978, que dé al traste con la segunda restauración. La primera, la que permitió a la dinastía de los Borbones volver a ceñir la corona de España, concluyó en 1931. En 1936 se finiquitaron muchísimas más cosas. La actual está siendo zarandeada sin miramientos; solo resta que Mas y los suyos hayan decido que la debilidad que aqueja al Estado, la conjunción astral que ha posibilitado unir una crisis económica como nunca la habían vivido las generaciones nacidas después de nuestra posguerra a una quiebra institucional, visible salvo para quien se niegue a observarla, es la oportunidad que el oprimido pueblo de Cataluña aguarda pacientemente, a veces no tanto, desde que en 1714 el primer Borbón cercenó las libertades catalanas. Su interpretación de los hechos históricos no admite precisiones ni desviaciones: la suya es la que se ajusta a la verdad siempre y en toda circunstancia. Igual que Balmes cuando ensalza la única verdad, la del absolutismo católico, negándose a concederle espacio al error.

Hay quien dice que Artur Mas tiene más cuajo que el presidente Rajoy. No es difícil. Lo que de verdad está acaeciendo en la España actual, es una clamorosa ausencia de políticos con vocación de estadistas. No los vislumbro a derecha e izquierda. Están por aparecer. Convendría que cuanto antes hagan acto de presencia.