Soplan malos vientos para Iberia, lo que quiere decir que quienes viajamos mucho en avión „como le sucede a cualquier persona que viva en este archipiélago y deba salir de él o volver„, los isleños, vamos, corremos serio peligro de quedar atrapados en las horas bajas de la que fue en su día compañía bandera de la aviación comercial española. Si todos los que hemos subido a sus aviones también hemos maldecido alguna que otra vez los retrasos, las huelgas y el extravío de las maletas, llegando a jurar que nunca volveríamos a volar con Iberia, lo cierto es que se ha tardado poco en comprobar que las que reinan hoy en los cielos son mucho peores. Y no me refiero a las que compiten, o competían, con Iberia en lo que cabría llamar el negocio tradicional del transporte aéreo, como puedan ser Air Europa o Air Berlín, sino a esas otras fórmulas que, bajo la denominación de low cost, han descubierto que la mejor forma de obtener beneficios pasa por tratar al pasajero como ganado rentable.

Tras su fusión (es un decir) con British Airways, Iberia da tumbos en busca de su razón de ser. De momento, ésta parece consistir en tirar por la borda todo lo logrado en décadas; en ese aspecto tampoco se separa demasiado de lo que nos sucede ahora mismo en el resto de España, con la sanidad y la educación cayendo en manos del low cost. Con los pilotos, azafatas y personal de tierra al borde del conflicto, los nuevos dueños de Iberia se plantean según parece convertirla en una especie de Vueling bis. Aviados estamos. Por esa pendiente resbaladiza se llega casi enseguida al epítome del trato a patadas al pasajero, condición de la que goza, como se sabe, Ryanair, esa compañía de la que sale de vez en cuando una noticia sorprendente, ya sea el propósito de hacer viajar de pie a quien no pague, de cobrar por el uso de los lavabos o de meter poca gasolina en los aviones con el resultado de saltarse los atascos a la hora de aterrizar declarando una situación de emergencia.

Si Iberia se transforma en una compañía de aviación low cost se habrá dado una vuelta de tuerca más en el camino que nos atornilla al disparate. Mucha gente vuela porque no tiene otro remedio; de estas islas no cabe salir en coche, ni hay AVE que echarse al viaje, y el barco tarda en llegar a la península casi lo mismo que un avión en alcanzar Nueva York desde Europa. El low cost será la puntilla, y sin esperanza alguna de evitarlo. Pero cuando desde el gobierno filtran las peores noticias de Ryanair no es con la intención de proteger al ciudadano sino de acostumbrarlo al maltrato. A la vista de lo que está pasando con los hospitales en Valencia y Madrid y con las universidades en todo el reino, parece que se trata sólo de eliminar competidores en la tarea de convertir todo el país en un low cost gigantesco. Comenzando por los ministros, que ya alcanzan ese rango, con la diferencia de que nos cuestan un pastón.