Aunque el piso es nuevo, tiene un fallo imperdonable: la cocina de vitrocerámica. Yo no sé a que botarate se le ocurrió un invento semejante, pero si uno lo analiza un poco llega a la conclusión de que la dichosa vitrocerámica corresponde al nuevo signo de los tiempos. Una vez más la clave es la asepsia, la limpieza mal entendida, la falsa noción de progreso. Pero la pregunta se impone: ¿se puede cocinar verdaderamente sin fuego? ¿se puede creer por un momento que un plato es verdadero sin la deslumbrante y poderosa presencia de la llama? No, amigos, no se puede. Pero aquí estamos, tecleando con un dedo el botoncito de la pérfida encimera, aguardando como simios electrónicos la aparición del calor.

En el fondo la clave de todo es esto: el tocar, el teclear. De un tiempo a esta parte vengo observando que las yemas de los dedos sólo sirven para acciones rítmicas y vertiginosas. Lo vemos en los cajeros automáticos, en los teléfonos móviles, en los blueberries, en los ordenadores, en los ipads?Nuestras manos ya no se demoran como antes en su acercamiento al mundo: nuestras manos se están reduciendo a la punta de los dedos, y más concretamente a esa zona escueta que sirve para percutir. Digamos que hemos convertido el mundo en un teclado, en un tablero, y en esa zona se halla todo lo que deseamos dar, comunicar y recibir. Pero como en el caso de la vitrocerámica, la pregunta se impone: ¿se puede vivir e intentar y comprender el cosmos desde una franja perceptiva tan limitada? No, no se puede. Pero aquí estamos, convencidos de que esos golpecitos nos abren la puerta del conocimiento y la felicidad.

Como uno es un sentimental, el asunto me tiene bastante preocupado. Porque una humanidad que sólo usa las manos para teclear y golpear está perdiendo el gusto por el deslizamiento, por el acto de palpar, tan importante por ejemplo en el ejercicio de la medicina, y hasta por la caricia. Para usar las manos adecuadamente se necesita tiempo, ya lo sé, y eso es justo lo que nos falta o se nos hace creer que ya no tenemos. Dado que ya no pienso cambiar, lo lamento sobre todo por los jóvenes, que en definitiva llevan la antorcha „de vitrocerámica, eso sí„ de nuestro futuro. Cada vez resulta más difícil verlos cogidos de la mano, aunque digan estar enamorados: lo más fácil es verlos tecleando juntitos en sus chismes independientes. ¿Dónde queda el amor? Con este panorama uno no necesita entrar en dormitorios ajenos para saber cómo son las ceremonias carnales de unas personas cuyas manos sólo sirven para teclear y golpear, manos que ignoran el ritual del deslizamiento, de la suavidad del tacto, de la sutilísima percepción de la piel ajena. Quizá sea más cómodo cocinar con vitrocerámica y comunicarse por tam-tam electrónico. Pero el precio es altísimo: el olvido del fuego, el adiós a algo tan antiguo y sagrado como la sensualidad. En realidad esto es el fin del mundo. No lo de los mayas.