1) De los tres profesores expulsados de la universidad franquista en 1968, el único cuyo físico vivía en el tiempo -y se deshacía con él- era Agustín García Calvo. Los otros dos -Tierno Galván y Aranguren- ya parecían viejos -ya eran viejos- antes de serlo. Probablemente porque fueron hombres de traje gris -Aranguren de rebeca- y propensión institucionalista. García Calvo, no. García Calvo se fue a París y adquirió un aire de profeta de la American New Left sentado en el césped del campus californiano. Se disfrazó de cantante negro de soul, años 70, y se dejó unas patillas afiligranadas que desembocaban en el bigote, como un sofisticado gitano de Rastro o un rockero del Sur. Por último, su impecable cultura clásica hizo que su pensamiento fluyera entre los presocráticos, en la idea -bastante acertada a medida que pasaba el tiempo (su aliado, ya hemos dicho)- de que lo antiguo es lo verdaderamente moderno.

De otro lado siempre se manifestó como un enemigo filosófico -no compulsivo, sino vertebrado- del sistema y del Estado. Podía decirlo con palabras, pero también no pagando impuestos a la Hacienda Pública y argumentando que la suscripción popular debía ayudarle a sufragar la multa del ministerio. En fin, por un momento debió creer que la sociedad también era una comuna. En Mallorca tuvo un discípulo cuya poesía -a partir de conocerle- dio un giro radical hacia la profundidad y sacó lo mejor de sí mismo. Me refiero a Miguel Velasco, con quien vuelve a estar ahora, en lo que los antiguos llamaban el éter. Otros, siendo muy jóvenes y muchos años antes, leímos su Sermón de ser y no ser como la ética poética de un outsider, una visión del mundo (aunque viniera de Parménides) nueva entre nosotros y unos versos diferentes a la poesía que entonces se escribía en España. Su versión de los Sonetos de Amor de Shakespeare -cincelada como una ecuación y a veces disparatada como un sueño- es, seguro, la más exótica que en el mundo haya habido. En ella, si mal no recuerdo, se deslizaba la estrambótica sugerencia de que el amante objeto de esos poemas (´el rubio señor y la negra dama´) fuera hombre y negro. Parece que acertaba en lo primero y quizá lo segundo lo aportara nuestra imaginación.

Lo último que supimos de Agustín García Calvo fue su apoyo al movimiento del 15M e incluso hay unas imágenes que circulan por ahí, donde repite insistentemente que el futuro es el engaño. Y es muy posible que lo sea cada vez que niega el presente. Cuando la preocupación por el tiránico futuro, nos impide disfrutar de lo que vive ante nuestros ojos que también viven ahora y desconocemos si lo harán después. No sé muy bien por qué, pero siempre tuve la impresión de que era un hombre bastante feliz y sospecho que habrá muerto convencido de que el tiempo -por negro que pinte- ha acabado dándole la razón.

2) El día en que Javier Marías rechazó el Premio Nacional de Narrativa, se publicó en algunos periódicos una lista de los Premios Nacionales de Narrativa desde que ese premio se llama de tal manera. O sea, 1977. Recordaba bastantes nombres y otros fueron una sorpresa, como es sorprendente todo lo que esconde el olvido. Pero mi curiosidad estaba en averiguar quien había sido el primer Premio Nacional. El de 1977, porque antes se llamaba de otra manera e incluso hubo algunos años de vacío sin premios. Cuando llegué a él, mi sorpresa se volvió mueca desconcertada. Leí: José Luís Acquaroni ¿Quién era ese hombre? El título de la novela premiada: Copa de sombras. ¿Alguien había leído esa novela? ¿Alguien la conocía ahora? Me pareció otra lección de la que Agustín García Calvo -que fue Premio Nacional tres veces: Traducción, Ensayo y Teatro- también hubiera hecho uso: el futuro como engaño y nada.

3) Entrevista televisiva con un político encantado de conocerse. El periodista también está encantado de ser él quien es y de ser quien lo entrevista. Es el político de moda y de su interlocutor puede decirse que es uno de los periodistas más de moda en su género. La entrevista transcurre en medio de ese encantamiento mutuo (´es nuestro momento: por fin soy entrevistado por éste; al fin entrevisto a éste´). Se diría que ambos están aislados del resto del mundo, que no puede comprender del todo, pobre, la atmósfera creada entre ellos. Es la vieja connivencia entre prensa y poder político, que salta por los aires cuando a éste se le ven los pies de barro. Y de repente, en medio de tanto clima cordial, unas migajas a los perros, es decir a los cínicos, que habría dicho García Calvo. No recuerdo como se formularon las migajas, pero el político de moda, con una sonrisa mecánica va y contesta: ´yo detecto a los pelotas a distancia y ya se apartan ellos, ya, de mí; saben que nada tienen que hacer a mi lado´. Algo así dijo y los espectadores nos quedamos en la duda -sabido el mecanismo de trampolín en los partidos- de cómo habría ascendido él en el suyo. Si leyendo a Kant, haciendo macramé, o la pelota más descarada: esa que hace que se pueda detectar a un pelota a diez o veinte metros de distancia. La misma que no, no le gusta a él -rara avis entre los de su oficio- que se la hagan nunca. Que sí, que vale, que bueno.