En una de las 41 plantas que componen el One Prudential Plaza, en Chicago, sede central desde la que se dirige la campaña de Obama, un antiguo hacker con un corte de pelo a lo mohicano y varios aretes en su cuerpo lidera un equipo de centenar y medio de personas. Muchas de ellas proceden de los grandes de internet: Google, Facebook,... Todos han sido elegidos a conciencia. Son los mejores en su especialidad. Recogen datos, investigan, los cruzan con otros datos, elaboran patrones de comportamiento. Mientras Obama y su comitiva recorre Estados Unidos de arriba a abajo en la campaña para la reelección, buena parte de los votos que recoja el actual presidente se están fraguando no en esos actos o visitas, sino entre las paredes que albergan a estos avezados de la tecnología. Son el arma secreta de Obama. Si Facebook le abrió al presidente de Estados Unidos la puerta de la victoria en 2008, ahora la apuesta es por la minería de datos, por la microsegmentación, por intentar conseguir la mayor parte de datos de cada persona, en cada barrio o vivienda, cruzar datos con los perfiles de otras personas parecidas, cuyos intereses o motivaciones están documentadas, analizarlos y lograr dirigirse a cada uno de ellos centrándose en aquello que realmente les preocupa, lo que desean oír. Transformar esos datos, esa información, en conocimiento útil enfocado a la toma de decisiones.

La minería de datos en la que trabaja el equipo de alto rendimiento de Obama es uno de los campos en eclosión en las ciencias de la información. Combina elementos obtenidos de grandes bases de datos, con la estadística y la inteligencia artificial para tratar de obtener patrones hasta ahora desconocidos, con los que pronosticar, por ejemplo, intereses o comportamientos; es decir, elaborar modelos predictivos. Luego, esos modelos predictivos se aplican a microescala, se microsegmentan, hasta tener un mensaje único para cada vecino, un mensaje logrado de la manera más compleja imaginable pero que responda a una sencilla pregunta: ¿Qué es lo que puede hacer que esa persona se incline por votarnos?

El equipo de Obama puede saber, siguiendo la huella digital que cada persona va dejando día a día en la red o en las aplicaciones móviles, o los detalles procedentes de bases de datos propias o públicas, así como otros pormenores registrados en miles de fuentes, dónde compra la gente, si son propietarios de una vivienda o viven de alquiler, en qué trabajan, quiénes son sus amigos, si son católicos, si están casados o tienen hijos, qué les gusta o les disgusta, cómo reaccionan ante algo, a qué periódicos o revistas están suscritos o en qué bar paran por la mañana para tomar el café. Los datos menos públicos los consiguen sencillamente pidiéndolos. Por ejemplo, creando un sorteo para acudir a un acto benéfico, cuyo requisito es que la gente se registre y revele datos personales. Son, al final, centenares de miles de datos, geolocalizados y personalizados, de manera que situando el cursor sobre cualquier calle de Estados Unidos, en su virtual mapa de conocimiento, pueden saber qué le preocupa particularmente a la persona que vive en cada casa, y enviarle un mensaje personalizado. No sólo para convencerlos de que les voten, sino incluso para animarlos a que persuadan a otros, o que incluso recojan a alguna persona demócrata que no tiene vehículo para ir a votar. Algunas veces, la respuesta procede del modelo predictivo; otras, porque en el seguimiento de esa huella digital de cada persona han encontrado la pepita de oro, el detalle inequívoco por el cual saben cómo dirigirse a él para conseguir el voto.

Algo nunca concebido, una sofisticación tecnológica inimaginable. Son las palabras de algunos de los analistas tecnológicos de Estados Unidos para calificar el avance que día a día logra este equipo tecnológico Barack Obama, en contraste, además, con lo logrado por el candidato republicano Mitt Romney, que a lo que había llegado hasta hace poco (ahora ya se ha puesto en manos de una empresa especializada) era a sacar una floja aplicación para móvil con falta de ortografía incluida ("Una ´Amercia´ mejor" en lugar de "Una América mejor"), que le puso en bandeja a los demócratas un filón que aún no han dejado de explotar con ironía.

Pero detrás de tanto despliegue tecnológico, está la otra cara de la moneda. Otro pisotón al derecho a la privacidad, al derecho a quedar fuera de estas bases de datos, el derecho a que nadie rastree sin consentimiento la huella digital de los ciudadanos. El derecho, incluso, a que el mensaje que llegue de un candidato no sea el que uno quiere escuchar, sino el que refleja realmente su pensamiento, su plan de actuación, su verdadero programa, lo que va a hacer de verdad cuando llegue al gobierno. Aunque, bien pensado, tal vez hace tiempo que, con tecnología o no de por medio, las candidatos ya actúan así en las elecciones, diciendo lo que los demás quieren oír, aunque luego no lo apliquen. Aquí y en América. O "Amercia", como prefieran.