Es curioso que el ministro de Educación abogue por la supresión de una asignatura denominada "cultura clásica". El griego también va a ser fulminado del plan de estudios. El conocimiento de esta lengua, a pesar de que la cursen pocos alumnos, amplía la visión de la jugada. De hecho, hay infinidad de palabras en nuestro idioma que tienen como raíz el griego. A los prefijos me remito. Si sólo fuera eso. Lo que sucede es que se está haciendo gala de un utilitarismo de baja estofa, de un pragmatismo mal entendido, de un economicismo chato, romo, burdo y les dejo a ustedes la caterva de posibles adjetivaciones. Cuidado con cercenar la sabiduría que no da réditos electorales ni créditos sustanciosos, pues el catetismo acabará por imperar y por ocupar puestos clave. De hecho, ya los está ocupando, y así nos luce el escaso pelo que nos queda. Y quien dice cultura clásica o griego, dice filosofía o todo lo que huela a discernimiento, crítica y, en definitiva, esa desdichada actividad llamada pensar. Pero, bien mirado, la crisis actual, económica y cultural, no es más que otra cara de esa visión alicorta: todo lo que huela a antiguo es inútil y, por tanto, susceptible de ser echado a la basura. Esta manera de actuar, que viene de lejos, siempre ha despreciado lo que no sea rabiosamente actual, el último grito, la tecnología punta. Como si un saber negara al otro. Y ya sabemos que son complementarios. O deberían serlo. Da algo de lástima ver como nos está ganando el servilismo, que es el escalafón más bajo del verbo servir, su degradación máxima. No me canso de repetir el ya viejo juego de palabras. Cuando tuve la santa ocurrencia de matricularme en filosofía, me cayeron chuzos de punta en forma de las ya cansinas frases de rigor: "pero si no sirve para nada", solían argumentar después de un esfuerzo sobrehumano de sus respectivos cerebros. Un servidor „y valga el chiste malo„ que esperaba la frasecita, se erguía ufano, y zanjaba: "os equivocáis, amigos, la filosofía no sirve a nadie, que no es lo mismo." Y si la admonición caía en saco roto, los utilitaristas de baja estofa, daban por si acaso otra vuelta de tuerca: "no ganarás ni un puto duro". Palabras textuales. En eso tuvieron razón, todo hay que admitirlo. Pero de lo que se trata, se supone, es de no generar más ignorancia y además jactarse de ello. Como quien se siente orgulloso de suspender, más que nada para no asemejarse al empollón con gafas y rostro pálido. De acuerdo, el griego y la cultura clásica no nos sacarán de pobres. Tal vez, eso sí, nos saquen de cierta pobreza cultural. Que no es poco. No podemos renunciar a la cultura clásica. No tenemos derecho a birlarles a los estudiantes esta posibilidad de saber de dónde venimos y, en definitiva, quiénes somos. De hecho, para ser absolutamente modernos antes que nada es necesario poseer conocimientos clásicos. Sobre todo, para no caer en una soberbia estulticia y en una chulería vacua que conduce sin atajo alguno a la barbarie.

No sé, tampoco, a qué viene contraponer información a conocimiento. No acabo de entender esta confrontación. Se detecta una apabullante información, un listado de datos que siempre resultan útiles pero que no están sustentados por un bagaje antiguo. Y ya sabemos que lo antiguo nunca pasa de moda. Lo antiguo siempre está ahí. He escrito antiguo, y tal vez quería decir clásico. Ahora resulta que el griego clásico es confundido con el bono basura de la Grecia contemporánea, inmersa en un largo derrape hacia el abismo. No se trata de sentar cátedra y poner cara de esfinge, sino de activar la sabiduría antigua, de incorporarla a la actualidad. No se trata de convertirse en efigie, sino de ampliar el conocimiento, pues lo antiguo no ha dicho la última palabra y nunca la dirá. Y no sé qué demonios estoy haciendo aquí defendiendo lo obvio. La cultura clásica nos ayuda a comprender los altercados de ahora mismo. Los clásicos, como los viejos rockeros, nunca mueren. O no deberían hacerlo. Por lo menos, no deberían de ser menospreciados. Prescindir de asignatura tan útil „sí, he escrito útil, qué pasa„ es equivalente a mutilar, aún más, a una generación que ya cojea. La desesperación puede conducirnos a tratar como lujo la cultura clásica y, por tanto, a recortarla sin tapujos. La excusa de la crisis económica. Si sólo fuera económica. Ahora visualicemos una crisis sin cultura. ¿No les parece como para ponerse a temblar, y no precisamente de frío?