Gao Ping es amante del marisco gallego, de los Rolex de oro y de Dalí. Seguramente vio en cierta ocasión el "teléfono langosta" del Avida Dollars y quedó fascinado. Su intención, según dijo antes de ser detenido por la policía española como presunto líder de una red dedicada al blanqueo de capitales mediante el comercio del "todo a cien", era exponer a artistas jóvenes chinos en España y llevar a Pekín a otros "consagrados" como el surrealista catalán. Parece que al menos lo primero lo estaba consiguiendo a través de la galería de arte que abrió en las proximidades del madrileño Reina Sofía. Había que estar lo más cerca posible de la modernidad.

Gao llegó incluso a presentar a alguno de sus artistas en la feria de arte contemporáneo ARCO, de la capital. También firmó en su día un convenio de cooperación artística con el Ayuntamiento de Fuenlabrada (Madrid), donde tiene la base de operaciones su imperio comercial. Y consiguió incluso que el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) adquiriera un importante lote de fotografías por cerca de medio millón de euros a raíz de una muestra por él organizada en ese centro. A algunos expertos que los precios que pagó el IVAM por esas fotos les parecen excesivos: la media de más de 7.200 euros supera el de una foto de Picasso y Dora Maar firmada por el surrealista Man Ray. Y ahora no se ponen de acuerdo en el museo sobre quién exactamente propuso o aprobó la compra. Da igual. Cuando los tiburones y otros animales demediados en tanques de formol de Damien Hirst, las camas sucias de Tracey Emin y otras obras de quienes fueron una vez "jóvenes artistas británicos" parecen haber envejecido prematuramente, el mercado del arte busca, en su insaciable voracidad, nuevos territorios. Y el más espectacular y "caliente" se llama China.

Ya el año pasado, aseguran quienes se ocupan de esos cálculos, el país asiático se convirtió en líder del mercado del arte, con una cuota del 30 por ciento del total mundial, un punto por delante de Estados Unidos. China tiene también ahí un gran superávit al haber exportado arte por valor de 269 millones de euros frente a importaciones de algo más de 31 millones. Según Artprice, los dos primeros artistas por facturación fueron el año pasado dos chinos ya fallecidos, Zhang Daqian (1899-1983) y Qi Baishi (1864-1957), que generaron ventas por un total de 423 y392 millones de euros respectivamente y se situaron así muy por delante de Andy Warhol y Picasso (250 y 242 millones en todo ese año). Y los artistas chinos vivos figuran también en las listas de los diez y los veinte más cotizados, esas listas que se parecen cada vez más a las de Forbes de las grandes fortunas mundiales.

Las principales casas de subastas, como Christie´s y Sotheby´s, hace tiempo que husmearon ese negocio y así han visto crecer en un año su facturación asiática en un 25 por ciento en el primer caso e incluso en un 47 por ciento en el segundo, aunque sin llegar a superar a sus equivalentes chinas como Poly International o China Guardian. Hay una generación de multimillonarios en el país que una vez fue de Mao que ha decidido invertir en arte y que está alimentando por lo que parece la última por el momento de esa larga cadena de burbujas especulativas que comenzó en la primera mitad del siglo XVII en los Países Bajos con la fiebre del tulipán. Y mientras todo eso ocurre y algunos hacen su agosto comprando y revendiendo arte chino, uno de esos artistas, el "realista cínico" Yue Minjun, sigue riéndose de nosotros desde sus autorretratos clónicos.