-¿Cómo te va el comienzo de curso? Cuéntame.

-Mal, el porvenir es muy desesperanzador.

-Ya estáis los profes quejándoos, no paráis de dar la murga. Encima de que tenéis trabajo€

-Sí, tienes razón: quizá sería mejor no quejarse, admitir que hay lo que hay, que no queda otra y pasar las horas en clase con la mayor tranquilidad posible, ya que, al fin y al cabo, cobramos a fin de mes y al Poder, que es quien nos paga, le basta con que la escuela permanezca abierta para que los adolescentes no vaguen por las calles y armen una. Pero es que me da coraje: coraje profesional, no sé cómo decirte.

-¿Y eso?

-Fíjate: doy clase a la generación mejor alimentada, con mejores cuidados médicos, más mimada, con mayor acceso a la información y al ocio, con más derechos de toda la historia de España: de toda. Y nunca vi tanta apatía en las aulas, tanto desinterés, tanto desdén, tanta vagancia junta. De acuerdo en que lo tienen crudo, pero crudo lo tuvieron otras generaciones también: crudo y, muchas de ellas, pavoroso.

-¿No será que te estás volviendo viejo?

-Sí, me estoy volviendo viejo, cada día 24 horas más. Todo tiempo pasado fue peor en cuanto a la alimentación, sanidad, mimos, oferta de conocimiento y esparcimiento, protección para los jóvenes. Por ello me da ese coraje que te digo al verlos como zombies en los pupitres.

-Bueno, bueno, no será para tanto. Me estás contando el viejo rollo que cada generación cuenta sobre la anterior: que son un desastre, no como la suya, que fue genial.

-Acabas de incurrir en un topicazo gratuito, porque no estoy sosteniendo eso. Las patas que metió mi generación son de clamor. Pero tengo ya detrás de mí a casi cuarenta hornadas de alumnos. En cada una de ellas hubo listos, tontos y mediopensionistas, pero hoy las cosas no son así: el porcentaje de desinteresados, bostezantes, ruidosos en vano y vacíos de mente que encuentro entre quienes terminan Bachillerato nunca subió del modo en que subió en estos últimos, digamos, seis años, y se ha comido a los que antes ni fu ni fa, a los que andaban raspando el aprobado. Te hablo de desinterés: de nula inclinación del ánimo hacia cualquier objeto, persona, narración€

-No pretenderás que se vuelvan locos por distinguir entre un complemento de régimen y otro circunstancial€

-¡Qué va, qué dices! De buena gana quitaba yo mismo de los programas tanta sintaxis, pues tal parece que estemos formando filologuitos analfabetos. Yo podía antes hablar en clase de grupos musicales, de motos, de coches, de fútbol, de chicos o chicas€ de la diferencia entre la marihuana y el hachís, si me apuras. Ahora les traen sin cuidado todas esas cosas y, lo grave de verdad, todas las cosas. Les pregunto si les gustan las pelis de terror y se encogen de hombros; les pregunto qué moto les mola o qué coche y bostezan duramente; de fútbol hablan un par de ellos y, además, son forofos de grada ultrasur, no aficionados€

-Háblales de otras cosas.

-Claro que lo haría, pero ¿de cuáles? ¿De la revolución? ¿De que analicen la estafa que están sufriendo y busquen y castiguen a los culpables? ¿De viajes que podrían hacer? ¿De qué ver en Praga o en Viena? ¿De libros? ¿De Gandhi, del Che? ¿De psicoanálisis y de conductismo? ¿De las ventajas de la democracia? Dame un tema, anda.

-Entonces, ¿ni uno se salva?

-Tú y tú maximalismo. Se salvan unos cuantos de esta quema.

-O sea, como siempre.

-No, como siempre no. Los que, como tú dices, se salvan abren una brecha abismal con los otros, los indiferentes. No hay, por hablar así, una clase media estudiantil adolescente: o son muy listos o no hay nada que hacer con ellos. O so o arre. O se duermen ante tus ojos mientras hablas o no te quitan ojo. Los han polarizado por completo, igual que al resto de la sociedad. Los educan para esclavos o señores. Ahí tienes por dónde van las cosas. Y te dejo, que es la hora.

-¿De tu clase?

-No, de mi psiquiatra.