Madre hay una sola€ ¡pero quizás no por mucho tiempo! Por una parte la ciencia y la tecnología avanzan más y más en el dominio de la biología de la concepción creando posibilidades y realidades impensables tiempo atrás. Por la otra la legislación, los valores sociales, éticos, religiosos, filosóficos y políticos persiguen estos avances tratando de adaptarse en el seno de una continuidad del concepto de la (todavía para muchos) "sagrada familia".

La legislación británica enfrenta estos días el inesperado problema que le plantea la posibilidad de más de una madre, al ser posible crear seres humanos con material genético de dos mujeres y un hombre. Por si fuera poco en el mismo país, la existencia de eficaces drogas capaces de interrumpir el embarazo indujo a Sarah Catt, una mujer casada, a hacerlo tardíamente. Pese a argumentar que el feto había muerto previamente acaba de ser condenada a ocho años de prisión suscitando polémicas acerca de los límites entre los derechos de la mujer y los de un feto avanzado.

Estos son solo dos ejemplos del desafío que los cambios sociales y científicos suponen para los sistemas judiciales que aspiran a transformar en norma los cambios y valores de la época que les toca. No olvidemos la actualidad del matrimonio y adopción por parejas homosexuales, las técnicas de reproducción asistida, la fecundación in vitro, la manipulación genética, los bancos de semen que posibilitan elegir los genes y hasta el sexo del embrión (bebé a la carta), la posibilidad de congelar y guardar óvulos congelados rompiendo los límites de la temporalidad, la prescindibilidad de un hombre para concebir, el alquiler de vientres, el muy reciente transplante de ovarios de madre a hija.

Esto hace que los límites de la libertad con que las personas constituyen esa estructura social llamada "familia", principal institución para organizar la vida afectiva y engendrar nuevos seres humanos, estén conmocionados por la emergencia de un polimorfismo cada vez mayor.

Para la cultura occidental, la familia ha constituido un elemento nuclear; la confluencia del avance de la ciencia, sumado al aumento de la libertad, los derechos humanos y la democracia están convulsionando las normas que hace menos de un siglo constreñían a las personas a hacer familias conformadas por un hombre y una mujer, un padre y una madre, y se percibía la llegada de los hijos como una gracia de Dios. No olvidemos que hasta la anticoncepción es relativamente reciente.

Los psicólogos, en nuestras consultas, somos testigos de que hace apenas tres décadas una separación significaba un impacto traumático en los hijos, vergüenza y humillación social de toda la familia. Hoy día es algo absolutamente corriente.

La mera mención de cambios en la familia produce polarización y enfrentamiento entre tradicionalistas y religiosos, progresistas y liberales. Mientras que la psicología interviene para disminuir el impacto de estos cambios en el bienestar humano, su aporte se nutre, en parte, de las investigaciones antropológicas.

Los estudios de la llamada antropología estructural que tiene en Claude Levi Stauss una de sus figuras más importantes, afirman que toda forma de civilización y cultura necesita un sistema simbólico de normas y prohibiciones que estructure la distribución de los recursos de la naturaleza, los bienes, el nacimiento y formación de nuevos individuos y su filiación, posicionamiento social e identidad.

A nivel del individuo el psicoanálisis ha descubierto que el lenguaje, los símbolos, las identificaciones, un sistema ético que organiza lo permitido y lo prohibido en forma de tabúes son esenciales. Por ejemplo para Freud el complejo de Edipo es parte del desarrollo evolutivo normal. Y entonces, que pasa con las polémicas ideológicas de conservadores de derecha y liberales de izquierda, religiosos y ateos, moralistas y contestatarios?

Pues que del saber de la ciencia pueden sacarse argumentos para unos y otros. A favor de la permanencia de las normas y estructuras, el hecho de que sin ellas no se puede sostener ni una sociedad, ni un individuo y, por lo tanto en algún punto debe haber un límite. Emile Durkheim, fundador de la sociología, creó el término "anomia" para la imposibilidad de una sociedad o familia de proveer estructuras y normas esenciales. Para los psicólogos una familia anómica es caldo de patologías graves para sus miembros.

A favor de los liberales, el hecho de que afirmar la necesidad de un sistema de normas no es igual a negar que tal o cual norma no pueda ser cambiada por otra: las normas pueden evolucionar. Siempre lo han hecho. No se trata de ser como Pilatos, sino de que, como ocurre con todos los avances del conocimiento científico, la psicología tiene la posibilidad de explicar. El uso que se haga de ello es otra cuestión. Albert Einstein lamentó que su grandioso descubrimiento de la fisura atómica se utilizara para fines criminales.