El insensato aquelarre celebrado por CiU, con insensata respuesta, trufada de descalificaciones, remitida desde los cenáculos madrileños, para los que España empieza y termina en los lindes de la capital, ha obtenido la mejor réplica de donde menos se aguardaba. El presidente del PNV, Iñigo Urkullu, le ha dicho al presidente de la Generalitat, Artur Mas, que "en el mundo de hoy la secesión es una palabra demasiado grande". Quién imaginó que un nacionalista vasco iba a ser el que haya puesto a los nacionalistas de derechas catalanes ante el espejo de la realidad sin echar mano de los mesetarios aspavientos madrileños. Urkullu, con una sola frase, ha desarmado el tinglado soberanista sujetado con pinzas por CiU, ansiosa por culpar a quien sea de su desastrosa actuación en el gobierno de la Generalitat, desde el que está sometiendo a los ciudadanos de Cataluña a una batería de recortes sociales y ajustes de una ortodoxia ultraliberal que espanta a sus autores; de ahí que atribuya la paternidad de la misma tanto a la herencia recibida del nefasto tripartito como al ahogo financiero al que España somete a Cataluña. Para CiU nada de lo hecho desde que ha vuelto a gobernar es de su directa responsabilidad: la culpa siempre para los demás, y si los demás son el enemigo exterior con el que calentar los sentimientos que la crisis ha puesto a flor de piel todavía mejor. El nacionalismo, en situaciones como la que vivimos, siempre acude a reales o imaginarios enemigos dispuestos a todo.

El disparate llegado desde Barcelona está empezando a ser reconducido por sus instigadores. A escena, ya ha salido el conspicuo democristiano Duran Lleida, el socio menor de los convergentes, siempre deseoso de ocupar un ministerio, para acotar las cosas, asegurando que el secesionismo no está en la agenda a debatir entre el presidente Rajoy y Artur Mas, sino tan solo el pacto fiscal. Freno y marcha atrás, acompañado, genes obligan, del inevitable chantaje, pues, dice Duran, que sin pacto fiscal todos los escenarios quedan abiertos, aunque la cobardía política de CiU, otra de sus claves genéticas, auguran escaso recorrido a la coacción, susceptible de resolverse en un difuso, confuso y no menos profuso pacto de intenciones.

CiU está empezando a cavilar cómo se la envaina sin que se note en demasía. ¿Era necesario subirse al monte sabiendo, como sabían la mayoría de los dirigentes nacionalistas, tal vez excepción hecha del casquivano Pujol Ferrusola, al que nada de la intelectual herencia paterna le ha sido transmitida, que después era imprescindible tomar el camino del descenso? Al parecer, la masiva manifestación independentista, con su momentáneo intenso resplandor, cegó al presidente Artur Mas, al que le falta mucho para ir más allá del político al uso y acercarse a la talla de estadista. Lo malo es que bajar del monte tiene sus riesgos, entre los que no es menor el de despeñarse o, en el mejor de los casos, pegarse un buen revolcón. ¿Qué hará CiU? ¿Seguir pactando con el PP o meterse en la siempre incierta convocatoria de elecciones anticipadas? Conviene no olvidar que al tiempo que CiU emite sus soflamas independentistas mantiene con el PP acuerdos en algunas instituciones catalanas; en la diputación de Barcelona los convergentes han dado la vicepresidencia al PP y en Badalona permiten que un controvertido García Albiol esté al frente de la alcaldía. No hay que sorprenderse: CiU siempre ha actuado de tal suerte; la diferencia estriba en que en esta ocasión, la pasajera ceguera ha hecho que cruzase la línea que no debe ser franqueada sin correr el riesgo de toparse con serios problemas al decidir volver al punto de partida.

Es lo que les ha ocurrido a los por una vez aguerridos dirigentes de CiU, que empezaron a ver que las cosas no son como las soñaban en la manifestación, al observar cómo el empresariado catalán, no los ministros del Gobierno central, sino el empresariado catalán, dejaba solo a Artur Mas en su conferencia madrileña. Y ahora, el rejón de castigo se lo ha clavado en todo el lomo el compañero Urkullu, el recio y elegante vasco, a quien los arabescos mediterráneos le parecen florituras, que en los tiempos que corren son, además de innecesarias, una absoluta pérdida de tiempo. El chasco de CiU ha sido mayúsculo, al llegarles el baño de realidad de lado menos esperado.

Solo la histeria madrileña puede contribuir a que el reflujo no se consume; a qué extrañarse si cualquiera de los exabruptos con los que acostumbran a comunicarse pone otra vez el viento de cola al independentismo catalán; esa es una vieja historia española, a la que Urkullu cavila si convendría poner fin, porque en el mundo de hoy, en la Europa que se duele del parto del siglo XXI, la secesión es un elemento extraño, por mucho que se invoquen los modelos de Checoslovaquia, hoy Chequia y Eslovaquia, que todavía no son pocos los que allí no saben a qué se debió el divorcio, y la desintegración operada en los Balcanes, en la vieja Yugoslavia, que supongo que nadie aquí desea imitar.