El sistema de partidos español está saltando por los aires. Lo que está por venir, en poco se va a parecer al que hemos conocido hasta hoy. El descalabro económico ha dejado al PSOE malparado, con una aceptación electoral que decrece a diario. Además, su dirigencia, tan repudiada que puede darse por amortizada, contribuye a que sus expectativas electorales sean las peores desde 1977. Ahora mismo, el PSOE se mueve en torno al centenar de diputados. El socialista es un partido en proceso de desgüace, salvo que se licencie a toda su dirección y proceda a reinventarse. El PP tampoco puede aventurar un futuro esplendoroso: comprueba que el desgaste que ya le corrroe, se acentuará, y se las ve con una situación cada vez más complicada. Habrá que estar atentos a las próximas encuestas: la pérdida de respaldo electoral parece inevitable; los populares habrían perdido la mayoría absoluta, aproximándose a los límites que permiten gobernar con una cierta holgura. En el calendario está previsto que la primera convocatoria electoral sea la de Galicia; ahí podrá atisbarse hasta dónde ha mutado el mapa político.

El deterioro de la situación concede una oportunidad a Unión Progreso y Democracia (UPyD), el personalista partido creado por Rosa Díez. Las circunstancias le abren la puerta para tal vez convertirse en un partido central y decisivo; más lejos de las ambiciones de su fundadora y seguramente también más allá de lo que se pensó cuando fue concebido. UPyD está ante la alternativa de ser una organización lerrouxista, que es la que seguramente desean algunos de sus dirigentes, o, por el contrario, heredar la herencia azañista, la de aquel partido, Izquierda Republicana, que en la Segunda República fletó Manuel Azaña, para articular el deseo de cambio y modernidad al que aspiraba un sector de la burguesía, ilustrado y liberal, deseoso de acabar tanto con el reaccionarismo asfixiante de buena parte de la derecha, impregnada de un claustrofóbico clericalismo, como de no dar por buena la tesis de que cualquier cambio debía pasar necesariamente por la izquierda socialista. A UPyD la crisis le permite adentrarse en este campo y conseguir, si se lo trabaja con inteligencia, unas docenas de diputados, que situarían al partido en una posición central, decisiva para conformar futuras alianzas gubernamentales. Es el temor que comparten tanto PP como PSOE.

Eludir la tentación lerrouxista

no es fácil. Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical en la Segunda República, fue un político corrupto, venal y acomodaticio, que pactó, cuando le convino, tanto con unos como con otros, siempre a cambio de que se le permitiera hacer y deshacer sus turbios tejemanejes. El escándalo del estraperlo está asociado en la Historia a su nombre. Lerroux no tuvo inconveniente en ser llamado "emperador del Paralelo", arengando a los suyos a "virilizar la especie", para lo que debían "levantar el velo a las novicias y elevarlas a la categoría de madres", como a concluir sus días rico y tranquilo en el Madrid de posguerra, después de haber prestado sus servicios a los militares sublevados contra la República, en la que ocupó destacadísimos cargos, incluido el de presidente del Consejo de Ministros durante el denominado "bienio negro".

Si UPyD rechaza esa tentación, que la tiene, y acaba por ser el partido del progresismo liberal, el que soñó Azaña, puede alterarse sustancialmente el mapa político español. UPyD tiene un discurso en algunos aspectos interesante: su posición sobre el terrorismo, alejado de cualquier componenda; su idea de España, al margen de las contemporizaciones de los grandes, denota que en el partido hay algunos cerebros que saben hacia dónde se tiene que ir. También la oposición que está haciendo, nítidamente más inteligente que la del PSOE, le hace obtener simpatías en sectores hasta ahora exclusivamente pastoreados por los socialistas. UPyD, si de verdad solidifica un discurso claro y contundente, podrá trascender a su liviana líder, a la que no es aventurado situar mucho más cerca de Lerroux que de Azaña.

La que está sucediendo en España es tan descomunal que ha acelerado el agotamiento de la fórmula surgida en los tiempos de la Transición. El sistema de partidos imperante desde entonces ha sido definitivamente sobrepasado, ha quedado inservible. Se ha dicho que, en estos tiempos de tribulación, quien gobierna en Europa se incinera. En España, se está cumpliendo: el PSOE quedó carbonizado, y en ese estado sigue; el PP, está sumido ya en su particular descenso al abismo; de ahí que se detecten por doquier los síntomas de que estamos a las puertas de la abrupta recomposición del mapa político, de que las preferencias electorales se encaminen hacia una modificación sustancial.

Si se observa el nacimiento de partidos nuevos y extraños: en Alemania, los Piratas, que en Berlín se han convertido ya en la tercera fuerza; en Italia, un partido antisistema creado por un cómico, que obtiene en las elecciones municipales cerca del 20% del electorado, se constata que vivimos la eclosión del populismo, tanto a derecha como a izquierda. Qué sucederá en España. Por el momento no se atisba ninguna formación de esas características, salvo en Cataluña, donde organizaciones de extrema derecha empiezan a obtener respaldo en determinados ayuntamientos; pero lo seguro, es que también aquí se modificará el sistema de partidos, y ahí es donde UPyD puede penetrar decididamente. Solo falta que decida cuál es el papel que busca desempeñar y si lo quiere hacer, ofreciendo un mensaje articulado o una simple propuesta trufada de populismo. Lo que es lo mismo: si se queda con lo que fue el lerrouxismo, nefasto para España, o si hace suya la huérfana herencia de Manuel Azaña, la misma que el PSOE quiso guardar y ha terminado por dilapidar a conciencia.