El sábado último, al pasar por caja en El Corte Inglés, me dijeron que me devolverían lo que me había gastado en la marisquería si España ganaba a Italia en la final de la Eurocopa. Treinta y cuatro euros del ala invertidos en unos carabineros y unas almejas para la paella familiar del domingo.

-¿Y si pierde España? —pregunté.

-Si pierde España se queda usted como está —añadió la cajera.

Entonces me salió la bestia apostadora que llevo dentro y dije que no me parecía bien, pues lo lógico era que si perdía España yo abonara por el marisco el doble de lo que me había costado.

-Una apuesta —concluí— es una apuesta.

-Es que no se trata de una apuesta —argumentó la cajera con paciencia infinita—, sino de una promoción.

Volví a casa rumiando la diferencia entre apuesta y promoción e introduje los alimentos en la nevera.

Al día siguiente, mientras preparaba el arroz, volví a pensar en el asunto alcanzando la conclusión de que aquello, que parecía una acción comercial inocente, era en realidad una filosofía de la vida basada en que para que ocurriera una cosa tenía que suceder antes otra. Para que el marisco me saliera gratis, tenía que ganar España. Eso le daba sentido al encuentro futbolístico y, en cierto modo, de rebote, a la vida. No un sentido grande, entendámonos, no el que proporciona una creencia religiosa o un dogma económico, pero sí un sentido como de andar por casa. Un sentido doméstico, por entendernos.

Se lo dije a mi mujer, que entró en esos instantes en la cocina:

-Si esta noche gana España, me devuelven los treinta y cuatro euros que ayer me gasté en la marisquería de El Corte Inglés.

-Pues haberte gastado ochenta y dos, bobo, ¿no ves que vamos a ganar?

Me sorprendió que hablara en primera persona del plural ("vamos a ganar"), como si ella y yo también jugáramos. La operación de El Corte Inglés adquirió entonces un carácter realmente complejo desde el punto de vista antropológico. Lo cierto es que me senté a ver el partido con una ilusión distinta y puse tantas energías en la consecución del triunfo que al final ganamos, y por cuatro a cero. ¡Pena de percebes que no compré!