Ha vuelto aparecer en la prensa aquella especie de biblia beat que fue On the road, de Jack Kerouac, traducida al español como En el camino. Fue un regalo que una mujer me hizo hace la friolera de veinticinco años. Por lo visto, ahora se cumplen cincuenta y cinco de la publicación de este libro hiperactivo y repleto de energía. Se trata de un libro que uno pondría en práctica mientras lo está leyendo, que se lo llevaría a todas partes en el bolso de lona, que consultaría como quien consulta el I Ching. Un libro subrayado y atiborrado de anotaciones en los márgenes. Hace ya tiempo, por cierto, que dejé de anotar en los márgenes. Solían ser frases entusiastas que celebraban una coincidencia o un hallazgo deslumbrante. El jazz en su versión be-bop, la velocidad, la euforia, las borracheras y los enamoramientos fugaces. En suma, la vida en su máxima expresión y vibración. En la vida no existen muchos libros que uno llevaría a la práctica. Éste es uno de ellos, aunque las intentonas han sido eso, ensayos que sirven para soñar despierto y reír sin censuras. La vida en carretera, la ausencia de morada fija, el movimiento, la intemperie como única residencia. Y los hostales, y las casas que los amigos o conocidos te prestan por unos días, y luego adiós, hasta la próxima. Mientras estoy escribiendo este artículo, también estoy preparando mi particular on the road. Esta vez, sin duda, muy distinto a los anteriores viajes, siempre en grupo. Hace ya unos años que uno prefiere cruzar los territorios en soledad o, a lo sumo, con la personas que más quiere. Hace dos años, mi hija mayor y yo, cruzamos de este a oeste la península ibérica en un anodino, aunque eficiente Opel Astra. Ahora, en cambio, lo hago a solas. El placer de la soledad buscada. Antes he trazado un mínimo plan de ruta. Las etapas de un viaje que, por supuesto, voy a respetar. Ahora bien, siempre abierto a variaciones del tema, como una improvisación jazzística. Pienso en el libro de Kerouac, y sé que este on the road particular que les estoy contando poco tiene que ver con aquella hiperactividad espídica y anfetamínica. No. Este viaje es más bien contemplativo, y sé que de él saldrá algún texto, y quién sabe si algún libro. En fin, de momento, lo que está saliendo es un artículo. Que no es poco. Supongo que este tipo de placer, el de no estar en ningún lugar en concreto, el de estar siempre a medio camino de los destinos, es un placer compartido por muchos. Y hablar solo no es la peor de las locuras, si locura es. Ya que no hay nadie en el asiento del copiloto, ya me encargo yo de narrarme el viaje. Habrá tiempo para la música y para las noticias, para las entrevistas y para el mero silencio. Como ven, este on the road es más bien meditativo, aunque en él caben placeres moderados. No es Denver lo que me espera, ni Frisco, ni Nueva York de nuevo. Me espera, que no es poco, un pueblo portugués en pleno Alentejo llamado Moura. Luego, Almagro, ya en plena llanura manchega. Allí se celebra un excelente festival de teatro clásico. Y como última etapa: Valencia, y la posterior travesía en barco hasta Palma. En fin, la importancia del trayecto más que la del destino. El rodeo más que la línea recta.

Y hablando de viajes, hace un mes me visitó el escritor Jorge Carrión con sus alumnos. La cita era en Lisboa, ciudad a la que espero volver, esta vez ya para vivir. Se trata de un curso que ha organizado y que consiste en visitar a escritores en distintas ciudades para que éstos les cuenten su vida en ellas, su relación literario-sentimental, si así puede decirse. Me parece un proyecto muy atractivo. Sé que visitarán Tánger y Trieste. Abrumadora mayoría femenina en el curso, como suele ocurrir en estos casos. Que se agradece, dado el interés que muestran, mucho mayor que el masculino. Éste es un dato a analizar. La cita fue en un tasca, en el elevado barrio de Graça, llamada A Mourisca. Ya pueden imaginar el ambiente. Además, había partido en la tele y tuve que elevar considerablemente la voz. El dueño del local, de puro agradecimiento, me dijo que quedaba invitado para cenar en otra ocasión con mi mujer y mis hijas o con quien quisiera. Todo un detalle. Eso también forma parte de ese on the road del que no hay que olvidarse de vivir, mientras uno pueda. Son paradas y fondas en las que establecemos vínculos, no por fugaces menos emotivos.