1. Quien esto escribe no solamente pertenece a la Iglesia católica. La realidad teológica es que "es" Iglesia católica en virtud del bautismo. Por ello mismo, cuando la Iglesia en cuestión peca, peca él mismo, y cuando evangeliza, también sucede igual. Quiero decir desde el comienzo de este decálogo completamente expuesto, que entre la Iglesia católica y mi persona no hay distancia. Asumo, pues, sus glorias y sus fracasos. Sus virtudes y su pecado. Por las primeras doy gracias a Dios. Por el segundo, pido perdón. A Dios, a los hermanos y al conjunto de la sociedad.

2. El Vaticano es una rara avis. En el corazón de esa Iglesia católica, aparece un Estado soberano como cualquier otro, con sus estructuras interiores y otras exteriores, que exigen, en pura lógica, personas dedicadas a su gobierno pero, en definitiva, del corpus eclesial. El núcleo de tal gobierno está formado por el sucesor de san Pedro, el Papa, los obispos y un grupo privilegiado de colaboradores, cardenales y otras personas invitadas. Clérigos y laicos. Sacerdotes y religiosos masculinos y femeninos.

3. Lo anterior crea una permanente tensión entre la dimensión evangelizadora de la Iglesia y esa otra dimensión política de la misma, de suyo llamadas a una misma tarea: ayudar al obispo de Roma, como garante de la unidad eclesial, a que la persona de Jesucristo y su evangelio penetren las conciencias individuales y sociales para que la fe cristiano/católica ayude a que la sociedad crezca en libertad, en justicia y en paz. La Iglesia está en la historia para transmitir lo recibido del señor Jesús, para nada más. Lo demás son flecos.

4. Perder el tiempo en reclamar la desaparición del estado Vaticano es una tarea inútil, puesto que al respecto hay opiniones cruzadas en todos los sentidos pensables. Hay que intentar, por lo tanto, que el Vaticano responda a su naturaleza y nada más. La responsabilidad papal al respecto es altísima, pero no solamente suya. De sus colaboradores también, y del entero pueblo de Dios en función del bautismo recibido. Todos tenemos derecho a una crítica constructiva desde un prudente realismo por la seriedad de la cuestión, que exige no ser tratada frívolamente.

5. En estas circunstancias, resulta que ha estallado un auténtico escándalo en el Vaticano, que afecta a las mismísimas habitaciones papales y a algunos de sus más íntimos colaboradores, en la medida en que tenemos información, que seguramente es poca. La dimensión económica es relevante, pero también la sucesión del actual obispo de Roma. Un hombre de altísima capacidad intelectual y espiritual no goza precisamente de esa necesaria capacidad de gestión, puesto que ya hemos dicho que el Vaticano es un estado. Gustará o no gustará, pero las cosas son como son.

6. Está en juego la globalidad de la Iglesia católica y por ello mismo la urgencia de disminuir el número de cardenales y colaboradores italianos a favor del resto del mundo. Es una condición sine qua non para salir del impasse. Quiénes sean los cardenales en el momento del cónclave adquiere una relevancia absoluta. El espíritu santo es un experto en mediaciones€, pero no juega con las mismas. La libertad humana nunca deja de estar ahí.

7. Quedarse como las libélulas atontadas ante el escándalo comentado, apenas sirve para algo, si bien debemos de seguirle la pista. Lo importante es procurar por todos los medios la globalización cardenalicia comentada, que tendría que guardar mucha más relación con las conferencias episcopales. El Vaticano es alérgico a las actitudes demoledoras, pero mucho más abierto de cuanto pensamos a las sugerencias inteligentes y serenas.

8. Tengo la percepción, en este claroscuro eclesial, de que Benedicto XVI renunciara al papado en el momento en que sienta que le supera. El momento lo sabrá él, pero sobrevendrá. Y será ejemplar.

9. Necesitamos un sucesor físicamente en forma, intelectualmente aperturista, teológicamente bien formado y pastoralmente universal. Capaz de relanzar la presencia mundana de la Iglesia. Para ser fiel a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre en esta tierra nuestra.

10. Si somos creyentes católicos, es el momento de orar, comentar y desear lo mejor. Si no lo somos, pero somos honrados, deberíamos colaborar para que al frente de la sede de Pedro esté un auténtico "hombre de Dios", según la mejor tradición societaria, y a la vez, "hombre entre los hombres", porque es de sentido común.

En resumen, lo que está en juego no es un coyuntural escándalo vaticano, antes bien el futuro inmediato de la Iglesia católica, que a todos atañe en la medida en que nos relacionamos con ella. No perdamos el tiempo en penurias de medio pelo. La clave está en lo hondo.