ije en mi anterior artículo que no voy a leer más crónicas políticas o económicas y que me voy a dedicar exclusivamente a la lectura y estudio de la prensa del corazón, del cotilleo, del hígado y de los entresijos cameros. Eso sí que es un disfrute porque no pierde uno el sueño ni le entran ganas de tirarse por el balcón o de invadir Polonia, como a Woody Allen cuando escucha a Wagner.

Doy marcha atrás. Me he equivocado tal vez influido por el ambiente fogueril festero y artificial. He mentido como un bellaco. Me arrepiento. No es posible abrir un periódico sin ver las palabras crisis, prima de riesgo (la prima malvada del general) bancos problemáticos, rescates, tipos de interés, jubilaciones millonarias o "al nivel del bono basura". ¿Quién quiere ofender al anterior presidente de las Cortes, Bono de la Mancha, para endosarle ese calificativo hediondo?

Hasta la prensa del corazón anda a vueltas con las noblezas, los mandamases y los sangres azules de medio mundo, y a poco que uno rasque, vemos mezclada a la jet con la basura de los bonos y con los pelotazos porque para estar en la pomada hay que mantenerse alerta, como los centinelas en la mili, y estar a la que salta que ya saben: camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.

¿Qué hacemos quienes tenemos el vicio de la lectura entre otros? ¿Dejamos esa actividad por nociva y peligrosa? Parece forzoso volverse analfabeto funcional y eso, hoy, hasta se ve como un mérito para ciertos menesteres. Hay políticos —solo es un ejemplo, no se me enfaden— que los sacas de la eme con la a, ma, la be con la u, bu, y los pones en un aprieto. He visto políticos mandando en policías y no serían capaces ni de aprobar los exámenes de agentes de movilidad (intragable invento).

El director me deja hacer esta saga, ahora que los diccionarios están de moda, que hasta la academia ha admitido palabras sacadas directamente del patio del talego. Gayumbos. Queda muy feo decir: he comprado unos gayumbos marca David Beckam, los llevaré en un acto pepero e iré con una novia sociata. Si aprueban peluco para reloj, picantes para calcetines, chupa para chaqueta y loro para transistor, el diccionario de la RAE se puede hacer tranquilamente en un patio de son Banya o en la carretera de Sóller.

Intentemos el diccionario para la crisis. Mis conocimientos de economía son los pocos que me inculcaron Diego Such —conseller pepero de la Generalitat y alcalde de La Nucía— y su colega el profesor Manteca. Pocos, por la inutilidad del alumno pese a la bondad de los profesores: No se puede robar, no se puede gastar lo que no puede pagarse y no se puede —con dinero público— pagar una cosa y escribir que se está pagando otra. Eso era más o menos que me acuerdo perfectamente. Me pongo a estudiar economía como las balas, que todo tiene arreglo menos la muerte.

¡Ay, la muerte! Problema filosófico que atosiga al hombre desde que empezó a andar erguido y a llamarse racional. Morirse es un problema, aunque el muerto no se de cuenta de nada en su estado. Dicen que San Juan ya no se va a llamar del crematorio porque han parado la construcción del mismo. Retiro mi petición de que dimita el alcalde pepero (jugo que saco al término recién aprobado). Bien hecho por el edil al que no conozco ni falta que hace.

Como los industriales de la muerte no decidan pronto dónde ponen el huevo, mis dolientes —tengo a la Parca en puertas— van a andar muerto arriba, muerto abajo, sin encontrar el sitio en el que darme eterno descanso, previo paso por el horno purificador. Se lo he dicho clarito: niños, no me han dado el bono gratuito (otra vez el expresidente de la Cortes por medio) para quemarme, pese a la publicidad que he hecho a ese horno urbano. Cuando palme, llamáis al ayuntamiento y le decís al que coja el teléfono: aquí hay un muerto. Nos suena su cara pero no lo conocemos de nada. Que no os importe el funeral con réquiem, catafalco y velas gordas que a esas alturas sirve de poco. Los munícipes se harán cargo del asunto tenebroso antes de que se convierta en un problema de salud pública, que un muerto siempre es un ente incómodo, en el armario o en cualquier sitio que intentes guardarlo. Pregunten a algunos políticos —de nuevo— que ellos saben de esos asuntos.

Se me ha ido el santo al cielo con los muertos y la crisis. Agoto el espacio para iniciar el diccionario que pretendo. Como estamos en mitad de las hogueras tampoco anda uno para muchos trotes y es mejor esperar, recuperarse de la resaca y de las noches insomnes escuchando mil y una vez Paquito el Chocolatero, para meterle mano —en el buen sentido de la palabra— al manual de economía política de Samuelson. Ya daremos buena cuenta en una próxima entrega de las acciones preferentes, las fusiones, la salida del euro, las ideas de Merkel sobre la locomotora alemana y los vagones de cola y el interés fluctuante. Esto va a ser el bálsamo de fierabrás de la economía y la política. Lo que yo les diga.