He leído en los últimos días artículos muy bien escritos que recordaban las quiebras de los bancos de hace tres cuartos de siglo sosteniendo que eran iguales a las de ahora aunque unas y otras no tenían en realidad parecido alguno. Se suman a las reflexiones sobre esta crisis que, tras decidir que se asemeja mucho a la que comenzó en 1929, concluyen que siguen derroteros diferentes e incluso contrapuestos. El recurso de decir a la vez algo y lo contrario nos lo enseñaban en las clases de lógica como ejemplo de sofisma hasta que llegaron los profesores modernos transformando ese principio básico en el que dice que A no es no-A, una manera bastante eficaz para liar lo que en principio estaba muy claro. Pero la lógica anda en retirada desde que los matemáticos dieron con la joya del pensamiento borroso, de tanta utilidad para poder conseguir buscadores en internet al estilo de Google. En esencia, esa borrosidad consiste en que, ante una pregunta como ¿era alto tu padre? Se pueda contestar de tres maneras: diciendo que sí, diciendo que no y diciendo que no lo sabes.

La ignorancia se vuelve una alternativa excelente de cara a los problemas que nos acechan hoy. Hace muy poco, en las semanas que precedieron a las últimas elecciones generales del reino, los aspirantes a ganarlas proclamaban su conocimiento absoluto sobre la manera de salir de la crisis en un santiamén. Luego, cuando ya las habían ganado, se pasaron con armas y bagajes al enemigo y comenzaron a asegurar que no tenían ni idea acerca de lo que cabría hacer; primero con el ejemplo —hoy opto por esto; mañana por lo otro— y después mediante una declaración solemne de falta de conocimientos. Parece hoy que resulta incluso grosero sostener en público cualquier clase de certeza, por más que la seguridad acerca de que nos subirán más los impuestos se ha convertido en ley universal.

En tales condiciones, el giro de tuerca siguiente, ése en el que andamos metidos, es el de la contradicción lógica de acuerdo con lo que era la lógica cuando en los colegios se enseñaba a los alumnos y en los hospitales se curaba a los enfermos. Qué tiempos tan raros y, sobre todo, tan antiguos. ¿Pues no era una cosa asumida que a uno le iban a enseñar primero y a curar después, o incluso todo al mismo tiempo? Por fortuna para el progreso ya no es así; ahora A y no-A se han vuelto lo mismo, recurso excelente que le permite al presidente del Gobierno dar de vez en cuando una rueda de prensa de tal suerte que a los asistentes no les queden ganas de repetir. La contradicción como fórmula de contacto social —eso que antes se llamaba modales— es de tal eficacia que dentro de poco nos preguntaremos cómo nos las arreglábamos en el siglo anterior. Pero la respuesta está cantada; éramos mejores y peores, más jóvenes y más viejos, más listos y más tontos. Éramos y no éramos. Va a ser cosa de montar un apartado para la lógica postmoderna en la academia de ciencias políticas y morales.