Cuando los bisoños socialistas llegaron al poder en 1982, los medios norteamericanos los calificaron de ´jóvenes nacionalistas´. Francisco Umbral publicó entonces un memorable articulo con este título en su "Spleen de Madrid". Ahora, los conservadores que han tomado el poder democrático después del 20N podrían ser calificados atinadamente como ´nacionalistas maduros´ porque hacen gala de la misma afición a la autonomía política que sus ancestros, como si el concepto de soberanía en el contexto europeo no se hubiera diluido desde muy atrás en los procesos de integración económica, política y militar.

Efectivamente, España ha dado todos los pasos posibles para integrarse en su contexto (y lo ha hecho con entusiasmo, después de un dilatado período en el que estuvo excluida por razones obvias): en 1981 ingresó en la OTAN y en 1986 en las Comunidades Europeas, iniciando así un proceso de federalización que se acentuó en Maastricht con la creación de la divisa común y que culminará, sin duda alguna, en la unidad política del Eurogupo. En este proceso de integración creciente y gozosa, hacia unos cada vez menos utópicos Estados Unidos de Europa, el nacionalismo soberanista está obviamente fuera de lugar. De cualquier modo, conviene subrayar que España está en el club europeo por voluntad propia, y que asimismo nuestro país interviene en la redacción de los estatutos y en la gestión institucional.

Dicho esto, es claro que resulta pueril la resistencia del gobierno Rajoy a aceptar la palabra "rescate" al referirse al salvamento financiero de nuestro sistema bancario, a reconocer la lógica condicionalidad de las ayudas, y a tomar en consideración las ´recomendaciones´ de la Comisión Europea, respaldada por el Consejo Europeo, que nos instan a acentuar el ajuste para divergir demasiado de la hoja de ruta que debe devolvernos a los límites marcados en el Pacto de Estabilidad en 2014. De Guindos hizo hincapié al anunciar el rescate de hasta 100.000 M€ en que la única condicionalidad del préstamo era financiera e incumbía a los bancos rescatados (ya se sabe que no es así en absoluto); lo ha vuelto a decir en la carta de solicitud del crédito remitida a Bruselas este lunes; Rajoy alardea de no plegarse a la insistencia de los prestamistas y amaga con pequeñas rebeliones sin sentido€.

Todo esto lanza mensajes profundamente equivocados que desconciertan a opinión pública informada y desorientan a los menos duchos en estas lides. Porque no tiene sentido plantear las ayudas europeas como algo que se arranca a Bruselas y que hay que defender con marrullerías, ni describir los ajustes como una imposición de la pérfida Merkel que hay que eludir en lo posible, ni lanzar la idea de que España defiende su independencia de los intentos malignos de someterla€ En los últimos días, dos ministros han alardeado ridículamente de que no sólo Europa no impone nada a España sino que sucede al revés: es España la que impone sus criterios a Bruselas€ La sinrazón es tan grosera que no debería hacer falta denunciarla. Y, por supuesto, las instituciones europeas, que se irritan primero ante tanta estulticia, ya no disimulan después su desagrado ni su preocupación por la mala calidad y la falta de fundamento de la política española, que no da la medida de un gran país como el nuestro, en que la potencia socioeconómica no se corresponde con una gestión pública de suficiente altura y calidad.