Las acciones de Bankia continuaron ayer su descenso a los infiernos, pero con una particularidad: después del rescate de los 23.400 millones de euros reclamado por los nuevos gestores, es evidente que nunca debió salir a bolsa una entidad que en aquel momento estaba literalmente quebrada. No es exagerado decir que los incautos que acudieron a aquella emisión, en gran parte seducidos por los propios empleados de CajaMadrid, fueron sencillamente estafados.

Esta evidencia pone de manifiesto la necesidad imperiosa de construir una explicación sobre lo ocurrido en CajaMadrid, desde los tiempos de la euforia inmobiliaria gestionada por Blesa hasta la llegada de Rato, los sucesivos cambios regulatorios, la destitución de Rato y el salvamento in extremis a cargo de Goirigolzarri. En apenas quince días, el Gobierno, por boca del ministro de Economía, pasó de estimar que se necesitaban poco más de 4.000 millones de euros para sanear Bankia, a considerar precisos unos 15.000 millones de euros de dinero público para sanear todas las cajas €con la posibilidad de agruparlas en un banco público€, y a destinar los citados 23.400 millones de euros tan sólo a la antigua caja madrileña.

Esta secuencia inaudita ha provocado, además de estupor y perplejidad, algunas reacciones bien comprensibles: Cataluña y Galicia han reclamado el mismo trato para sus Cajas que el recibido por CajaMadrid; grupos de inversores están preparando demandas por apropiación indebida y estafa; y los mercados internacionales nos ha puesto de manifiesto, con la crudeza habitual, que estas vicisitudes han terminado de demoler la escasa credibilidad que nos quedaba.

Lo realmente ocurrido es fácil de intuir: los activos inmobiliarios que obraban en los balances se han ido deteriorando precipitadamente desde el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008. No sólo han quedado en el aire promociones enteras inacabadas, inmuebles invendidos, créditos fallidos: también los activos aparentemente sanos, como el suelo, han perdido en todo o en parte su valor. El marco regulatorio ha intentado adaptarse a esta evolución €estamos ya en la cuarta reforma del sistema financiero€ pero la realidad ha ido desbordando las previsiones. Las cajas, que han acompañado dócilmente los desmanes urbanísticos de los políticos, se han desmoronado como castillos de naipes en cuanto se ha hundido el negocio de la especulación.

Buscar responsabilidades en este maremágnum (que no es ajeno a los innumerables episodios de corrupción inmobiliaria) nos llevaría muy lejos porque no sería justo depurar a los gestores sin hacer lo propio con los políticos que les designaron y estimularon. Pero sí se nos debe explicar al menos con toda crudeza qué ha pasado en los últimos tiempos, cuál fue el legado de Blesa que halló Rato, qué desastrosa confusión impidió a éste hacerse cargo del ingente problema que heredaba, qué ocurrió para que Rato fuese fulminantemente destituido, qué papel han jugado en todo esto los auditores, que no tuvieron dudas durante todo el proceso de hundimiento de CajaMadrid y sólo a última hora destaparon el desaguisado, que fue a la postre inmensamente más grave. 23.400 M€ es cuatro veces lo que este país destina (destinaba) cada año a investigación. El quebranto es tremendo. Y no se nos puede pedir que traguemos este indigerible desafuero sin que al menos alguien con rostro consternado trate de hacer en nombre del Estado un relato creíble de lo sucedido.