El Govern anuncia su plan de reequilibrio, que recorta cerca de 350 millones de euros del presupuesto público. Es, de nuevo, un programa voluntarista pensado para ser "vendido" en Madrid, realizado tras haber elaborado algún otro documento similar hace unos meses (presentado en su momento a bombo y platillo y con pretensiones de ser ya definitivo), y con el objetivo de evitar una intervención que, de hecho, ya se ha producido, a tenor de los datos expuestos. Las medidas detalladas se centran, esencialmente, sobre las políticas digamos que salariales, la gestión de plazas e infraestructuras sanitarias. Todo en servicios públicos. Tres piezas clave que enlazan con el Estado del Bienestar, el que decían defender los conservadores y que nunca tocarían. Los eufemismos del vicepresidente al respecto friegan, una vez más, el ridículo: hablar de racionalización de los servicios cuando se plantea el cierre puro y duro de dos hospitales de perfil claramente sociosanitario, con el argumento de la reubicación de los pacientes, no deja de ser una broma de mal gusto. Tanto en el Hospital General como en el Joan March se realizaron, en la legislatura pasada, importantes inversiones (esas que el PP nunca va a querer reconocer, y que beneficiaron a amplios colectivos sociales) que mejoraron las prestaciones de dichas entidades. Quien haya visitado recientemente esos centros, por diferentes motivos, ya sea por obligaciones laborales o por tener allí un familiar o conocido, comprobará los avances implementados, progresos que emanan de inversiones efectivas que ahora corren el riesgo de quedar totalmente abandonadas. Una parte del personal será reubicada; otra se irá al paro. Los enfermos, que disfrutan de un servicio excelente, se encontrarán también sin referentes claros, con perspectivas que, todavía, el Govern no aclara. ¿Qué pasará con las infraestructuras existentes?: el olvido. En fin, un desastre sin paliativos. Imposible meter la tijera con mayor torpeza, con una ineficiencia supina. Anunciar, a título de contrapartida, que se pondrá en marcha Son Dureta como centro sociosanitario es no tocar con los pies en el suelo, ya que si se persigue la eficiencia, el camino escogido se encuentra en dirección opuesta: la necesidad inversora del viejo conjunto hospitalario requiere unos recursos que no disponemos en estos momentos, de forma que sería más razonable dejar las cosas como están y buscar economías de escala en los servicios ya existentes en su mismo emplazamiento y, más que recortes sociales, nuevos ingresos. Éstos se cifran ahora en unos 84 millones de euros, toda vez que se meten ahí pretendidas participaciones privadas en IB3. Permítanme que lo dude, también en este capítulo. Quién podrá invertir en un ente cargado de deudas, si no ve beneficios más o menos inmediatos, si no observa una cierta viabilidad de negocio sin el auxilio de las muletas públicas, sin que exista una política plausible de enjuague de la deuda. Pensar, además, que se ingresarán 65 millones con las figuras fiscales propuestas me parece poco realista: pienso que las entradas serán inferiores habida cuenta el calendario propuesto. El Govern ha activado una fiscalidad de carácter regresivo (con la única excepción del Impuesto sobre Transmisiones), y ha obviado, por completo, otras posibilidades tributarias que, con un sello más progresivo, permitirían ejecutar una tributación más equitativa y elevada, con lo que los recortes por la vía del gasto serían inferiores.

La invocación constante a la herencia recibida es, una vez más, el gran argumento que presentan los conservadores a la hora de justificar todo esto. Es, ya, cansino, y Aguiló debería ser más riguroso con sus argumentos económicos. Lo he escrito, explicado y dicho en foros distintos, a quien ha querido escucharme, sin obtener más que opiniones fuertemente ideologizadas desde palestras conservadoras y desde las filas del PP: el problema central de Balears ha radicado no en una desmesura del gasto público, por la vía de los presupuestos (recuérdese que más del 60 por ciento de las cuentas de las regiones se destina a partidas estratégicas, como la sanidad, la educación y los servicios sociales, que tienen mayores rigideces como se está comprobando), sino en una caída vertiginosa de los ingresos a partir del año 2008 como impacto directo de la crisis económica, un desplome brutal que se recoge en datos solventes que provienen del mismo Ministerio de Hacienda y que obligó, al conjunto de las autonomías de cualquier color político, a incrementar su deuda pública y, por ende, su déficit. Todo esto ha sido reconocido y rubricado por expertos en Economía Pública, en trabajos tanto de carácter académico como en informes en entidades de crédito. Seamos, pues, serios. Entiendo que políticamente pueda seducir dar la culpa, de forma invariable y acrítica, a los predecesores. Pero no están los tiempos para errar los diagnósticos: ya vale de lanzar culpas para tapar las ineptitudes propias, ya basta de escudarse en el "y tú más". La ciudadanía reclama soluciones efectivas que preserven conquistas sociales que han costado muchos esfuerzos y sacrificios, durante décadas. Los datos disponibles al respecto son meridianos, y los he expuesto en otros escritos. Obstinarse en políticas seguidistas, que se aplican para contentar esencialmente a los talibanes de la ortodoxia fiscal, sin que existan evidencias empíricas de que todo ese sufrimiento va a servir para algo, va a lastrar muy peligrosamente la recuperación. Aquí, en Balears, y en España. Y, si me apuran, en toda Europa. Y contribuirá a instalar, sin paliativos, un nueva Gran Depresión. A todo esto, el Ministro de Economía español y el Ministro de Finanzas alemán, sonrientes, se dieron un llamativo encaje de manos, mientras el segundo alababa ostensiblemente al primero. No me extraña: el recorte español, en el que las medidas durísimas de Bauzá forman parte intrínseca, preserva una política económica que, lejos de favorecer la mejora del déficit público a medio y largo plazo, lo va a penalizar (ya lo verán), mientras las magnitudes germanas, renqueantes, aguantarán mucho mejor todos esos embates. No se engañen: ese es el sentido de la sonrisa sardónica del gerifalte teutón. Nuestra mueca seguirá siendo invariablemente helada.