Como no hay nada nuevo bajo el sol, siempre es bueno refrescar algunas lecciones de Historia. A estas alturas no sé si el personal tiene mucha idea de lo que era el llamado "pasillo" de Danzig. Pero el pasillo existió y ocupa un lugar central en la historia del siglo XX. El pasillo en cuestión era la franja de territorio que separaba Alemania de la Prusia oriental, y había sido creado a raíz del Tratado de Versalles para que Polonia tuviera acceso al mar. Cuando Hitler comenzó su expansión militar en los años treinta –la zona del Sarre, Austria, los Sudetes, etc.– el mundo se quedó mirando la jugada. Incluso Inglaterra presenció con cierta flema la juerga eufórica del Bigotes. Pero cuando Alemania invadió finalmente el corredor de Danzig, al león inglés se le hincharon las bolas. Y ese día se levantó para decir basta. Y aunque no estaba en condiciones técnicas de declarar la guerra y aunque su maquinaria militar era inferior a la del enemigo, dijo se acabó. El resto es cosa sabida. Inglaterra declaró la guerra a Alemania y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Y todo por haber cruzado el pasillo de Danzig.

Desde niño he pensado a menudo en este tema. Aunque las personas no seamos tan fuertes como los países, los ejércitos o los gobiernos, también tenemos nuestro límite. Nuestro Danzig particular. Podemos verlo cada día. Un hombre dice basta y abandona su tierra para buscar el pan en otra parte; una mujer dice basta y escapa de su casa en busca de un poco de luz; un adolescente dice basta y se echa a la carretera o se asoma peligrosamente al abismo; un atleta exhausto dice basta y se derrumba; un preso dice basta y se fuga de la cárcel; una criatura humillada dice basta, enloquece y coge las armas y abre fuego. Todas estas reacciones son el reflejo de una situación que ha rebasado los límites que el ser humano podía soportar. En realidad es lógico. La vida se puede poner muy perra con nosotros e ir invadiendo nuestros países interiores y sus pacíficas comarcas hasta dejarnos literalmente en cueros y sin esperanza. Entonces se enciende la alarma. Entonces comprendemos que la única dignidad que nos queda es defender ese pasillo de Danzig que el otro jamás debió cruzar.

Lo peor de nuestros políticos es que no tienen demasiada idea de Historia. Cuando la gente se lanza a la calle para defender un trabajo digno, o una lengua amenazada o una playa en peligro, suelen responder con una soberbia inaudita diciendo que las urnas les entregaron el poder para maniobrar libremente. Pero libremente no es impunemente. La compleja situación actual ha abierto la veda a abusos intolerables del poder en territorio civil, es decir en nuestro territorio. Unas sangrantes medidas económicas, por ejemplo, el desprecio descarado de una lengua, una cultura o un paisaje, la humillación y el ninguneo del individuo. Se están acercando peligrosamente a nuestro pasillo de Danzig. Y los muy burros aún no lo saben.