Cuentan que la escritora Gertrude Stein le decía a su colega Robert Graves, otro genio que vivió y murió aquí: "Ven a Mallorca si eres capaz de soportar el paraíso".

He vivido en el paraíso durante los últimos cuatro años aunque en principio el plan era estar en él, escasamente, uno. Incapaz de soportarlo más –el paraíso– , me vuelvo al sitio de donde vine, a Alicante. Seguiremos unidos por el mar. Unas brazadas y –cachas de gimnasio como estoy– me planto aquí en menos de lo que tarda en persignarse un cura loco.

Quede claro que todo eso de que los mallorquines son muy raros, muy cerrados, gente muy suya y que ignoran o desprecian o arrinconan o no consideran a los "forasters", es falso. Lo he comprobado personalmente. Aquí he conocido a la mejor gente que me he encontrado en toda mi vida y os aseguro que ésta –a día de hoy– ha sido larga y ajetreada por mil y un sitios. Dicen que tres mudanzas, en una casa, equivalen a un incendio. La mía se ha incendiado dos docenas de veces. Esta vez espero haber apagado el fuego de manera definitiva –hasta que me lleven al crematorio cosa que tampoco está tan lejos y de lo que algunos, seguramente, se alegrarán–.

No solo he visto gente maravillosa, he encontrado también algunas malas personas en la isla, malas a conciencia, siempre dispuestos a fecundar un desamparo como dice Yasmina Kahdra en Lo que el día debe a la noche –nota culta de este adiós–. Pero esas malas personas no eran mallorquines, todos muy de secano y tampoco me voy a detener a explicar nada sobre ellos ni sobre su lugar de origen ni sobre sus malas artes y sus trapacerías.

La vida sigue y cada día más cerca del crematorio, como he dicho, hay que dejar paso a la gente joven porque no conviene que los casi jubilados cerremos las puertas ni hagamos de tapón a los que están creciendo personal y profesionalmente. A leer, a escribir y a dar consejos si alguien los pide, que esa es la tarea de los ancianos. Y algún vis a vis si es posible, que cada vez lo es menos.

Mi agradecimiento profundo y sincero a tantas buenas personas con las que aquí he contactado. A mis jefes de Madrid, los secretarios generales, por su apoyo –Mercedes Gallizo y Ángel Yuste son dos estupendas personas y éste último, Ángel, además un enorme profesional penitenciario. Somos de la misma promoción, una promoción gloriosa de hace más de treinta años–. Mi agradecimiento por siempre a los subdirectores del centro, a los profesores del CEPA Amanecer que instruyen, motivan e ilusionan cada día a los alumnos más difíciles. A las ONG –Pastoral, Siloé, Grec, Cruz Roja, Proyecto…–. A la extraordinaria plantilla, salvo unas pocas deshonrosas excepciones –siempre los mismos–, que han trabajado mucho y bien a mi lado y yo al suyo, y a los presos y a sus familias, que en su situación de grave dificultad vital han creado muchos menos problemas de los que se esperan de ellos. A tantos mallorquines que me han acogido como si llevara toda la vida con ellos, como si nos conociéramos, casi como si fuera de su familia desde siempre. Con ellos dejo aquí casi el corazón entero. Me voy tan ligero de equipaje como llegué pero mucho más rico en amigos.

A quien me suceda, por el bien de los internos y de la institución, le deseo toda la suerte y el bien hacer del mundo.

Digamos como en los funerales y en las esquelas de los periódicos: ante la imposibilidad de transmitir mi gratitud en persona y de dar un abrazo a todos y a cada uno, doy por recibidos los parabienes, los pésames, los "te acompaño en el sentimiento", las felicitaciones y los buenos deseos para el futuro. Un gran abrazo.