Hoy se celebra la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, con el candidato socialista Hollande como favorito según las encuestas, frente al candidato conservador, el hiperactivo presidente Sarkozy, muy desgastado y dado por derrotado en los sondeos.

Es evidente que el desenlace electoral en la segunda vuelta que tendrá lugar el 6 de mayo influirá decisivamente en la Unión Europea, que en los últimos años se ha sometido disciplinadamente al imperium hegemónico del directorio francoalemán, sometido a la ortodoxia neoliberal y al rigor presupuestario de Merkel, aunque con la aquiescencia francesa. Para entender la coyuntura, se ha rememorado lo que sucedió cuando el socialista Lionel Jospin, vencedor en las legislativas de 1997, llegó a la jefatura del Gobierno francés, con Chirac en la presidencia: el líder del centroizquierda, que abría un período de "cohabitación", exigió entonces la renegociación del Pacto de Estabilidad europeo, previo a la puesta en vigor del euro. Aquel proceso tuvo como consecuencia que el acuerdo pasó a llamarse "Pacto de Estabilidad y Crecimiento".

El candidato socialista, Hollande, ha incluido en su programa electoral la renegociación del recién aprobado Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza, pendiente de la ratificación de al menos doce Estados del Eurogrupo para entrar en vigor, revisión que habría de ir encaminada precisamente a contrapesar la estabilización salvaje con nuevos estímulos al crecimiento. Pero, curiosamente, el propio Sarkozy, desbordado por esta propuesta y tras cebarse inútilmente en el infortunio español, ha plagiado a su principal adversario y ha terminado reclamando que el BCE tome parte activa en la adopción de medidas expansivas. Así las cosas, es claro que, gane quien gane las elecciones, la unidireccionalidad impuesta por Merkel tendrá que ser matizada tras la decisión francesa.

Al propio tiempo, el ímpetu de Hollande, un personaje gris pero de indudable solidez y que ha sido capaz de imponerse tras una impresionantes y reñidas elecciones primarias, ha sido un balón de oxígeno para la desaparecida socialdemocracia europea, que ha comenzado a reivindicar la evidencia de que la gran crisis global que padecemos es consecuencia de los excesos del neoliberalismo que había dejado sin regulación ni control al sistema financiero y que ha arrastrado al mundo al caos. Tras la confrontación francesa, y a la espera de que compitan también la CDU-CSU y el SPD en Alemania en el otoño de 2013, el centro-izquierda europeo entra en un proceso de reconstitución ideológico y organizativo que restablecerá en la Unión el equilibrio perdido a favor de las fuerzas conservadoras.

Es muy probable, pues, que la conmoción provocada por este debate francés, en el que en cierto modo Hollande defiende los intereses españoles –se ha dicho, y con razón, que Rajoy debe estar rogando secretamente por su victoria–, cambie el planteamiento de la salida europea de la crisis: no para eliminar el ajuste, que nadie discute, pero sí para humanizarlo, para conjugarlo con medidas que alivien la desesperanza y el sufrimiento de una ciudadanía cruelmente castigada por culpas que no ha contraído.