Algunos descubrimientos y avances tecnológicos cambian definitivamente la vida sin que se perciba de inmediato. En 1875 el barón Karl von Drais inventó la bicicleta y el artilugio modificó los sistemas de comunicación de naciones enteras y puso en comunicación a poblaciones que habían permanecido aisladas por siglos. Solo 20 ó 30 kilómetros eran suficiente distancia para que muchos pobladores pobres desarrollaran toda su vida social en el sitio en que habían nacido. El advenimiento de este artilugio influyó incluso en que la sociedad se volviera menos endogámica.

El mundo tardó unos diez años en asumir el descubrimiento de América. Pero la transformación que supuso de los cimientos de la sociedad y de la forma de percibir la vida entonces, fue comprendida por los historiadores siglos después.

El cambio de las reglas del juego en política a causa de Internet ya está asumido por todos. Es un hecho que la primavera árabe y otras convulsiones sociales no hubieran sido posibles sin la difusión instantánea de internet… De hecho, muchos líderes políticos y personajes mediáticos tienen cuenta en Twitter.

En la medida en que las consultas de los psicólogos puedan ser un termómetro de cambios en la sociedad, no es exagerado afirmar que Internet también está conmoviendo la intimidad de la vida afectiva. Me interesa destacar una paradoja. Por un lado los chats, las aplicaciones de mensajería instantánea, las páginas de búsqueda de relaciones y las redes sociales posibilitan una virtualidad que al prescindir de la presencia física evaporan las relaciones hasta el anonimato. Incluso en el lenguaje se crean sistemas abreviados que lo vuelven mínimo, brevísimo y fugaz.

Ya es familiar ver en un espacio público chicos y chicas adolescentes, e incluso adultos, con la mirada fija en la pantalla de sus cacharritos pulsando con el pulgar parte de los millones de mensajes que flotan por el ciberespacio.

La otra cara de este fenómeno es que simultáneamente, al igual que la bicicleta acortó las fronteras que imponían las distancias, la facilidad absoluta de contactos está produciendo una nueva forma de promiscuidad y dilución de lo íntimo.

Las páginas de contactos multiplican como nunca las oportunidades de conocimiento entre las personas. Lo mismo las redes sociales, en las que la intimidad se transforma en exponer al espacio público los datos, fotos y vicisitudes propias.

Relacionarse con un grupo de amigos se transforma así en relacionarse con un número infinito lo cual deriva hacia el vértigo del vacío. Los adolescentes se exhiben, muestran su cantidad de amigos, se espían, difunden sus rencillas y alianzas en la red.

El campo del contacto presencial, de la intimidad física, ocurre, pero no es ajeno a los efectos de las condiciones descritas.

Los descubrimientos de la psicología clínica sobre la preeminencia de lo simbólico por sobre lo empírico y concreto permiten afirmar que se puede estar solo en medio de una multitud, que la intimidad de los cuerpos no garantiza la intimidad del espíritu y que cantidad y calidad son conceptos independientes.