Cuando escribo estas líneas ya podemos llamarlo asesinato. Y explicaré por qué. Hace casi cuatro años redacté un artículo (Crimen y ´corazón´, Diario de Mallorca, 7/6/2008) sobre unos hechos destapados casi por casualidad –al menos para el gran público– por la tan denostada prensa del corazón. Por aquel entonces no solía darse demasiada difusión a noticias de ese género (utilizo el término en su más amplio sentido). Por ello, alguien, "natafloreada", intentó que yo "pagara" mi atrevimiento (y con creces). En el artículo hablaba de Miguel Ángel Salgado, un hombre de 37 años, padre de una niña de 8. Miguel Ángel se había visto inmerso (como muchos otros padres divorciados que quieren seguir presentes en las vidas de sus hijos) en un largo y doloroso proceso judicial mediante el que solicitaba la custodia de la pequeña. Su calvario se inició en el año 2000: desde entonces su ex esposa Mª Dolores, abogada de profesión, le había denunciado en numerosas ocasiones por presuntos malos tratos, e incluso por supuestos abusos a la niña. Mª Dolores sin duda sabía que esas denuncias, aún antes de demostrarse su veracidad, impiden (dada la actual legislación de violencia de género) que un padre pueda obtener la custodia de sus hijos –ni siquiera compartida–, o simplemente verles, durante mucho tiempo (a veces, varios años). Pero las denuncias de su ex esposa se demostraron falsas (algo casi siempre muy complicado de acreditar; y que causa terrible sufrimiento a los adultos denunciados y traumatiza a los menores), y así se declaró judicialmente. En marzo de 2007, además, un Juzgado otorgó al padre (algo todavía poco frecuente hoy día, y menos hace un lustro) la custodia de su hija, dado que quedó probado que era lo mejor para la pequeña. Unos días después, por la noche, cuando Miguel Ángel acababa de aparcar su coche en el garaje de su casa, un pistolero se le acercó y le descerrajó tres disparos. El último, un tiro de gracia en la cabeza.

Miguel Ángel había sido previamente amenazado de muerte por su ex esposa; y sufrido agresiones como por ejemplo, mientras conducía su vehículo, ser sacado de la carretera intencionadamente por otro coche en marcha (en aquella ocasión sobrevivió de milagro). Por ello, una impecable investigación llevada a cabo por la Guardia Civil, supervisada por una perseverante Juez de Instrucción de Valdemoro, permitió tener conocimiento de conversaciones de Mª Dolores con miembros de una banda de sicarios a sueldo. (Quiso el azar que también fuera grabada una famosa "actriz-empresaria-bióloga" habitual en reportajes del corazón, lo que hizo que el asunto tuviera mayor difusión). Así mismo, otra grabación reveló que poco después de la muerte de Miguel Ángel, Mª Dolores mantuvo una conversación telefónica con la por entonces presidenta del Tribunal Constitucional (TC) –Mª Emilia Casas– a fin de "pedirle asesoramiento" para recuperar la custodia de la niña; consta en la transcripción, sin desperdicio (íntegramente publicada –entre otros– por El País, 4/6/2008), que la presidenta le facilitó el contacto con abogadas de una "federación de mujeres" (sic); y que –aunque cambió algo el tono al enterarse de que el ex esposo de Mª Dolores había sido asesinado y ésta estaba imputada– la presidenta se despidió con un "si alguna vez recurre en amparo, pues ya me vuelve a llamar" (nota: los recursos de amparo se interponen siempre ante el TC). El Tribunal Supremo abrió oportuna investigación al respecto.

Por todo ello, reflexionaba yo en aquel artículo sobre cómo era posible que el asesinato de ese padre (en aquel momento presuntamente, por su ex pareja) hubiera pasado tan desapercibido. Y también sobre si la escasa difusión de la noticia tendría algo que ver con que en aquella ocasión el muerto fuera un varón, y no una de las mujeres también muertas a manos de sus parejas o ex parejas en casos de violencia conyugal y familiar totalmente execrables. Un gravísimo problema social que debe ser eficazmente combatido y erradicado, sea cual sea el sexo del agresor y de la víctima (sin actitudes infantilmente maniqueas, ni oportunismos políticos).

Sí, ya podemos llamarlo asesinato pues así lo han calificado los tribunales. Los únicos que pueden hacer justicia en un estado de derecho. Y –aunque a alguien le cueste aceptarlo– la víctima, Miguel Ángel, era un hombre. Un padre que deseaba lo mejor para su hija. Y su ex esposa, que sí ha podido defenderse (Miguel Ángel no pudo), ha sido juzgada y condenada a 22 años de prisión por su asesinato. Un crimen que dejó huérfana a una niña que desde hace cinco años no tiene consigo a su padre que la quería (ni lo volverá a tener).