Un día de elecciones lo que más llama la atención es la actitud con la que el votante acude a la urna, como si de su decisión personal dependiera el resultado. Esto trasluce incluso en su gesto de dignidad camino del colegio electoral, y también en el hermetismo de su rostro. Ese día el candidato mira al votante con el que se cruza como un opositante mira al Tribunal de oposición, o un acusado al Jurado. Y en realidad es así, aunque pocas veces de modo tan patente como, cuando en Asturias se escrutaba el voto de los emigrantes, pendiente todo el mundo de que tal vez un solo voto, llegado de la Pampa Argentina, de una barriada obrera de Düsseldorf o de una bohardilla de la Habana Vieja, determinase el futuro a corto plazo de un pequeño país, y la intensidad del color político de la nación entera. Ante la grandeza de ese momento de la democracia hasta el resultado es lo de menos.