Del presidente norteamericano Gerald Ford solían decir sus adversarios que era incapaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo, pero ahora sabemos que esa limitación afecta en realidad a todos los seres humanos y no solo a algunos políticos. Así lo confirman, al menos, dos neurocientíficos de A Coruña y Ohio que han estudiado durante años los trucos de los ilusionistas hasta deducir que es imposible –o al menos, poco productiva– la ejecución de más de una tarea a la vez. Quizá el saber que no era más tonto que el común de sus votantes sirva de desagravio póstumo al pobre Ford.

Sostienen en efecto Susana Martínez-Conde y Stephen Macknik que la multitarea, además de un palabro de la jerga informática, es un mito que no se condice en modo alguno con la realidad. Ocuparse en dos o más trabajos a la vez sería, a su juicio, tiempo perdido en la medida que el foco de atención del cerebro cambia constantemente.

La pareja de científicos que han patentado el novedoso concepto de "neuromagia" emprendió sus investigaciones tras observar que los magos suelen ganarse la atención de la gente con mucha mayor facilidad que los hombres (y mujeres) de ciencia. Tampoco había demasiadas razones para la sorpresa, si vamos a ello. No es lo mismo un prestidigitador con vistoso frac, diestro en sacar conejos y palomas de la chistera, que las sesiones de un congreso sobre el ácido desoxirribonucleico o la vida sexual de los mejillones, pongamos por caso. Si a ello se añade la circunstancia, en absoluto irrelevante, de que el ilusionista suela comparecer en el escenario junto a una agraciada colaboradora, fácil es deducir que no hay color entre un espectáculo y el otro.

Extraña un tanto, si acaso, que los creadores de la neuromagia no hubiesen reparado antes en los políticos: un gremio lo bastante parecido al de los ilusionistas como para que a menudo cueste trabajo distinguirlos. Al igual que los magos, los gobernantes tienen más que demostrada la habilidad para sacarse conejos de la chistera y leyes de la manga sin que el público atine a saber dónde reside el truco, aunque intuya que lo están engañando. Así ocurrió, por ejemplo, con los cuatrocientos euros que –hale, hop– prometió en España a sus votantes cierto presidente del Gobierno. El pase de magia funcionó en las urnas y solo un par de años después, cuando Hacienda les exigió la devolución del regalo, cayeron los ciudadanos en cuál era el truco.

De hecho, lo que Martínez-Conde y Macknik concluyen en su ensayo Los engaños de la mente es que los seres humanos tendemos por naturaleza a engañarnos los unos a los otros, como si fuésemos émulos del genial Juan Tamariz. Lejos de encontrar reprobable esa actitud, los neurocientíficos –o neuromagos– consideran que el engaño no solo es inherente a la especie humana, sino que también ayuda a la mente a "sobrevivir mejor". De ahí que aconsejen tomar nota de los recursos humorísticos utilizados por los magos para distraer la atención del público, con lo que cualquiera conseguirá "desarmar al otro utilizando su encanto personal".

Sobra decir que el campo que se abre a las aplicaciones de la neuromagia parece extensísimo, si bien no es del todo seguro que los hallazgos de los creadores de esta disciplina resulten exactamente novedosos en España. Aunque no conociesen la teoría, algunos de los políticos que por aquí circulan son peritos en el arte del engaño y en sus sinónimos de estafa, trampa, picardía y fraude; lo que acaso les dé una experiencia práctica muy superior a la de los módicos ilusionistas y hasta a la de los estudiosos de la mente a partir de la magia. Puede que los políticos no sean capaces de hacer dos cosas a la vez, como sostienen los neurocientíficos; pero más de uno demostró ya su talento en el arte de robar a dos manos. Como para aprender de las teorías de la neuromagia a estas alturas.