He dudado a la hora de poner el título. No se hagan falsas ilusiones ni con los corruptos ni con la feria, que tengo poco que ver con los programas basura. Si este artículo lo hubiese escrito el autor del Eclesiastés, el título sería "Vanidad de vanidades". Si lo hubiera escrito Séneca, el titulo sería "De la brevedad de la vida". Si hubiese escrito el texto Erasmo de Roterdam, sería sin duda "El elogio de la locura". Si el autor fuese Matías Vallés –el mejor articulista del momento para un servidor– el título sería: "Para que se haga cargo del tipo de artículo, díganos usted por qué roba"

En un mundo en el que no hay demasiada justicia es muy peligroso tener razón. Frase lapidaria y cierta. En el estado actual del mundo, en una sociedad profundamente injusta, donde no mandan los gobiernos sino los mercados, es más que sospechoso ser un individuo adaptado.

Como dirían los discípulos de Rouco Varela, vivimos en una sociedad en la que se han perdido los valores –ellos definen cuáles son los valores y su orden de preferencia, quién se comporta con arreglo a ellos y a quién hay que castigar porque no lo hace–.

Está escrito en mil sitios y solo hay que tener ojos en la cara para verlo, que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Por ejemplo algunos políticos, algunos sindicalistas y algunos que van de líderes en ciento y una materias. Está escrito en mil libros: El éxito -hoy- se mide fundamentalmente por el triunfo económico. Un buen coche, de seis u ocho cilindros a ser posible, ropa muy de marca y a medida, signos externos de riqueza por todos los lados, un casoplón del copón de la baraja y una mujer de bandera, de esas que quitan el hipo solo con escuchar sus medidas 90-60-90. A ser posible, también, veinte años más joven que el triunfador, rubia de bote y con algún recauchutado para impresionar de pura perfección, a la moda del momento.

Eso lo dijo hace algun tiempo –muy americano y muy sociologo él, Robert King Merton: todo el mundo quiere el mayor éxito posible. Eso mismo dijo Aristóteles cuando afirmó que la voluntad tiende al bien y eso mismo dice el sabio de mi pueblo, menos famoso que los anteriores, cuando afirma que "A to el mundo le gusta lo güeno"

¿Quién está hoy más adaptado, más integrado y más colmado en sus aspiraciones en esta sociedad profundamente enferma ? Siempre lo ha estado que no vamos a caer en las coplas de Jorge Manrique y en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo, del tiempo pasado, solo añoro a Franco porque con él eramos todos más jovenes. Sin dudarlo, está más integrado el que tiene más poder y más dinero. Con dinero y poder se abren todas las puertas, te tratan de señor don, te cepillan el traje en las recepciones, tienes detrás una corte inacabable de pelotas que pretenden invitarte hasta al menor sarao, se te inclinan, doblan la bisagra y te hacen reverencias en público y en privado, y te pegan unos abrazos eléctricos y unas palmadas en la espalda que te crees que te quieren como si fueras el amor de sus amores por tus propios méritos.

Ese reconocimiento, ese loor de multitudes es lo que, equivocadamente, se busca cuando uno pelea hasta la extenuación –muchas veces sin el mínimo respeto a las normas que la propia sociedad se ha dado– para lograr el dinero que conduce al poder o viceversa, que diría Joaquín Sabina.

Todo el que tiene prisa por enriquecerse –incluso ilícitamente si es que hay forma lícita de hacerlo como diría Proudhom– cae en dos situaciones de libro: la primera es que se siente impune, aunque meta la pata mil veces y la mano en la caja dos mil, piensa que nunca lo van a coger porque lo tiene todo "atado y bien atado". Eso mismo pensaba Franco antes de morirse y miren en lo que ha quedado el franquismo que parecía insoluble.

La segunda es el gran fallo de la figuración. Un preso viejo de la antigua cárcel de Benalúa en Alicante, decía sabiamente:El dinero es como la hermosura, no puede estar oculto. Y se entra –vanidad de vanidades, que decíamos al principio– en la espiral de la ostentación... y ahí te pillan los fiscales, la policía, la guardia civil y el susum corda, con los signos externos de riqueza que hemos dicho antes.

El que se siente impune y piensa que sus adlateres nunca van a abrir la boca, se queda con cara de gilipollas cuando los ve cantar por soleares ante la policia, en el juzgado y hasta del ante del ultimo becario del periodico. Ya lo dijo el mecánico de mi moto: todas las juntas rezuman y por ahi se va, lo que no tenia que irse.

Y cuando caen –los de las estafas piramidales, los de los grandes cohechos, los contubernios, los pelotazos magníficos y los desfalcos– se les pone una cara perfecta para dar un pésame. Y lo que eran risas y alegrías y amigos por todos los sitios y llamadas y ganas de quedar y de invitarte y de sentirse orgulloso y pelearse ir a tu lado, se vuelve ignorancia y nadie te conoce. A todo el mundo le suena tu cara, pero nadie ha estado nunca cerca de ti ni ha comido ni se ha montado en barco ni ha pasado un fin de semana contigo. Y te vuelven la cara y se cambian de acera.

Y en la cárcel –aunque algunos memos digan que es un hotel de cuatro estrellas– se duerme solo y te despierta una sirena y no una caricia.