Fue el martes 20 y no el martes 13, justo una semana antes, pero el detalle no supone lastre alguno para el simbolismo del acto. Anteayer tuvo lugar en nuestra ciudad una sesión cabalística acerca de cuyo éxito cabían pocas dudas. El pensamiento mágico lleva mucho más tiempo asentado en nuestras conciencias –las del Homo sapiens, no lo olvidemos– que el raciocinio. La historia de las religiones abarca milenios; la semilla de la Ilustración apenas nos ha durado dos siglos y ya anda en quiebra.

La señora que fue presentada en los diarios como líder espiritual de gente bien al estilo de Madonna o Demi Moore vino hasta nuestra ciudad para hablar del significado del mundo tal y como se muestra gracias a las enseñanzas de la Torá, libro que, si mi incultura no es mayor de la que sospechaba, nos fue dado por una entidad sobrenatural a la que los seguidores de esas doctrinas atribuyen la creación del universo. Nada más lógico que bucear entre los arcanos que dejó el creador en busca del significado de sus obras. De hecho, la ciencia, con todo su poder, renuncia a entender tal cosa aunque sólo sea porque los estudiosos del método científico dejan bien claro que sólo sirve buscar causas próximas y no últimas a la hora de explicar el por qué de los fenómenos.

Entregarse al misticismo, aceptar revelaciones sobrenaturales, creer en la magia y hacer de la hermenéutica de los textos sagrados la vía principal de conocimiento son decisiones soberanas que no violan ninguna ley, que yo sepa, si nos olvidamos de las que forman parte de la mecánica newtoniana. Esos asuntos pertenecen al orden de las preferencias personales, y que cualquier ciudadano tiene todo el derecho del mundo a entregarse en cuerpo y alma a las interpretaciones metafísicas que más le plazcan. Otra cosa es que por ese camino se consuman recursos que podrían haberse destinado a mejores causas, asunto que, con la que está cayendo, resulta una amenaza nada pintoresca ni inocente. Ahora que el Estado del bienestar anda en retroceso, con los dineros dedicados a la sanidad y a la educación tirando a la baja, quizá sea el momento indicado para plantearse en qué medida cabe meter en la ley de presupuestos generales que será publicada en cuanto pase la cita electoral de Andalucía asuntos relacionados con los martes trece, los horóscopos, el significado del mundo y la vida en el más allá. Espero que los organizadores del acto de anteayer en Ciutat no se den por aludidos; se trata de su propio capital y nada hay que decir acerca de cómo quieran gastárselo. Pero si se dedicasen fondos públicos a la mayor gloria de los inspiradores intelectuales del pensamiento mágico sería cosa de poner el grito en el cielo –nunca mejor dicho–, ¿no es cierto? Pues bien, eso mismo, o algo muy parecido, es lo que vamos a dar por bueno dentro de unas semanas cuando, gracias al Concordato, concedamos a los obispos buena parte de los ingresos del IRPF. No nos riamos de Madonna y Demi Moore; vamos de sus manos.