El horizonte de Urdangarin tiene nombre, el de Matas. El duque de Palma ya conoce qué es lo que le puede deparar la peripecia judicial en la que está inmerso, qué camino penal tiene que recorrer. La condena a seis años de cárcel a Matas seguro que ha provocado al marido de la infanta Cristina una visión de cuál puede ser su futuro, el que le aguarda cuando concluya, con el juicio oral, la instrucción de magistrado José Castro. Los destinos judiciales de Urdangarin y Matas parecen inevitablemente unidos, forzados a confluir. El precedente sentado por el tribunal presidido por la magistrada Margarita Beltrán no podrá ser soslayado. El exministro y expresidente balear y el duque van de la mano en el caso que está siendo investigado por el juez Castro, aunque sus ramificaciones sobrepasen los límites de Mallorca. Con el tiempo, Urdangarin y Matas recalarán en el Tribunal Supremo, ahora tan controvertido. Se dirimirá la madre de muchas de las actuales batallas judiciales, porque será la que determinará cuál es el final de quien fue cegado por los dioses y del marido de una infanta de España, el yerno del rey Juan Carlos.

De ahí que la sentencia de la sección primera de la Audiencia Provincial tenga una importancia que excede los límites que le son propios. Condenando a Matas a una elevada pena de cárcel, y seis años lo es, se sitúa al resto de las piezas del Palma Arena en una tesitura endiablada; ahí es cuando Iñaki Urdangarin entra decididamente en escena y se anuncia la cuestión que tendrá que dirimir el Tribunal Supremo: si no casa la sentencia dictada por la Audiencia Provincial, calificada de "potente" por un vocal del Consejo General del Poder Judicial, quedan abiertas las puertas para lo que vendrá después, precisamente cuando las penurias judiciales de Matas y Urdangarin confluyan en la misma corriente procesal. Si la casa, si desautoriza la "potente" sentencia de la sección primera de la Audiencia, tendrá que exhibir argumentos de peso. Habiendo sentado jurisprudencia con la prevaricación que atribuye Garzón, el asunto tiene trazas de ser escasamente reversible.

Hasta entonces, lo que queda por delante es largo y complejo, pero ya nadie duda de que los destinos de tan singular pareja han quedado asociados y que establecer un divorcio no va a poder ser. No lo habrá por mútuo acuerdo y tampoco se podrán alegar causas objetivas para acordarlo. Lo más probable es que se tiren los trastos a la cabeza. Además, la sentencia valida la anterior instrucción desarrollada por el juez Castro y, por extensión, la que está desarrollando, aunque la ponente de la sentencia no se prive de establecer una serie de consideraciones que conciernen tanto al instructor como a la fiscalía. Puede ser un argumento en el que se amparen quienes albergan esperanzas de que todo pueda reencauzarse; éstos conviene que también valoren lo fundamental, que no es otra cosa que la sentencia que establece la pena de seis años de cárcel para Matas. Eso es lo esencial.

Una especulación recurrente: la justicia no puede llegar hasta el final en el caso Urdangarin, porque la razón de Estado y que el concernido sea el yerno de quien ostenta la Jefatura del Estado se consideran poderoso sustento de la misma, impide que los tribunales actúen con entera libertad. Es una sospecha insoslayable. No ha conseguido diluirla la afirmación del rey de que la justicia es igual para todos y la han alimentado los supuestos beneficios que en la instrucción está obteniendo el duque de Palma o la decisión de no imputar a la infanta Cristina, a la que ni tan siquiera se llama a declarar como testigo, petición que reiteradamente ha sido desestimada por el juez. Esa es precisamente la cuestión que al final tendrá sobre la mesa el Tribunal Supremo, la indeseada confluencia que se da entre Urdangarin y Matas, la que se ha visto reforzada, por mucho que sean causas independientes entre sí, por la sentencia que ha condenado al expresidente.

No creo que en este caso la razón de Estado tenga nada que ver. Es más, el hecho de que Urdangarin sea el yerno del rey lo que hace es invalidarla. No se podrá, en el supuesto de que haya existido tal tentación, invocarla en modo alguno. El estropicio sería descomunal. El Tribunal Supremo, cuando corresponda, se las verá con lo que le llegue y tendrá que valorarlo. Siempre se ha dicho que en el Supremo, además de impartir justicia se hace política. No lo dudo. Sucede que la política, sí está presente cuando Urdangarin haga acto de presencia, no parece plausible que obre en su favor, sino que más bien suponga un obstáculo añadido. ¿Alguien razona seriamente que el duque de Palma puede gozar de una consideración especial con la situación que estamos viviendo? Hacerlo es atizar las llamas. Es difícil imaginar que se cometa un despropósito de tanta envergadura.

Matas y Urdangarin tiene un trayecto común que transitar. Lo que la sentencia ha hecho es despejar de obstáculos el camino, dejarlo expédito para que la instrucción del juez Castro se desarrolle sin las barreras que una absolución habría interpuesto. Desde ahora las cosas discurrirán con una lógica que lleva a anunciar que el desenlace no será otro que el pronunciamiento del Tribunal Supremo.