El pasado 14 de febrero Arantxa Sánchez Vicario presentó su libro Arantxa ¡Vamos! que desató un escándalo al denunciar a sus propios padres, declarando que tras su carrera como tenista se esconde una historia despiadada de explotación, uso y desamor. Vale la pena leer el artículo publicado el 17 de febrero pasado en este diario para ver lo frecuente que este fenómeno es: https://www.diariodemallorca.es/ vida-y-estilo/ gente/ 2012/02/17/ familia-mal-gracias/ 745376.html.

Con la profesionalización cada vez mayor del deporte y el arte, es casi imposible que un niño por dotado que sea, logre rendimientos que se destaquen por sobre miles, sin años de sacrificio. Casi siempre, supone la renuncia a una vida normal y a una riqueza y diversidad de intereses, o dicho llanamente, el sacrificio de la infancia.

Las mujeres jirafa, las niñas japonesas con sus pies deformes, los niños de la guerra, constituyen más ejemplos de cuando los niños son objeto de una forma del deseo de los adultos que subordinan e ignoran sus necesidades. Cuando se habla de abuso infantil suele ser en referencia a la acción sexual de un adulto hacia un niño. Vale la pena profundizar el significado de este concepto para entender que se trata de un fenómeno más amplio. Para decirlo de una manera sencilla abuso se refiere a una acción motivada por la satisfacción de una persona sobre otra tratada como mero objeto. Y agregaría, con desprecio de las consecuencias para el abusado. Si prestamos atención a las manifestaciones de Arantxa, la esencia de su reclamo es esa: que sus padres la utilizaron y explotaron para su propio beneficio económico.

Pero no siempre es lo económico lo que se esconde detrás del empecinamiento en controlar y dirigir la educación de un niño en función de la determinación de sus padres. También suele ser para la realización de un ideal narcisista de ellos mismos. Ejemplo magnífico de este tipo de vínculo es la película magistral de La pianista.

Por eso puede afirmarse que, aunque no esté tipificado como delito, todo acto de subsumir la vida de un niño a la determinación de un adulto apartándolo de una vida diversa para hipertrofiar un aspecto es un abuso en toda regla. Simplemente la reprobación social de la sexualidad facilita la sanción de una forma de delito moral e ignora el delito en formas no sexuales.

La pederastia está ya tipificada y perseguida. Pero aún quienes explotan y esclavizan niños en trabajos extenuantes, guerras, o privándolos de una infancia normal, gozan de una nebulosa protectora. Es lógico que surja la pregunta y la inquietud de si acaso todos los padres no ponen ilusión y expectativas en sus hijos. La respuesta, como en muchos temas que atañen a la normalidad y patología psicológica es compleja y requiere reflexión y análisis.

Más aún, la ausencia de expectativas y deseos también daña. Al igual que en cualquier forma de amor, el espacio que se deja a los deseos del ser amado es la clave. Como en la buena cocina se trata de la proporción de los ingredientes.