No sólo el gobierno ha logrado hacer en siete meses lo que no hizo su predecesor en siete años –como dice, cargado de orgullo, el presidente Rajoy— sino que nos ha devuelto en un santiamén medio siglo atrás a nuestros años mozos. A los tiempos aquellos del ministro Lora Tamayo que metió a la policía en las aulas universitarias. "Los grises que trajo Lora" le cantábamos al señor ministro, "dicen que tienen modales. Lo que dan es unas hostias que parecen catedrales". Eran tiempos de gloria e imperio, tiempos en los que todo estaba clarísimo y teníamos, encima, un enemigo al que odiar. El general Franco hablaba mucho del enemigo. Enemigo exterior, precisaba, aunque los ateos, los rojos y los masones eran contrincantes de lo más internos. El enemigo, dicho así, de manera tan enfática que se oían las mayúsculas, fue un artilugio de lo más eficaz hasta que se lo cargó Gila con sus monólogos geniales por teléfono. ¿Está el enemigo? Que se ponga.

El enemigo es un concepto casi filosófico que procede de la guerra civil y paso luego a retratar a los bolcheviques, herederos naturales de los republicanos. En la mili te enseñaban cómo hacer cuando llegasen los soviéticos, cosa que, por suerte, nunca sucedió porque poco íbamos a poder hacer con nuestros cetmes contra los tanques. Pero con Gila el enemigo ganó proximidad y ternura; si a alguien le puedes llamar a casa y pedirle que no ataque porque hay un cumpleaños enseguida se monta un ambiente de mucha complicidad. En ésas estábamos cuando la policía va y carga contra los estudiantes a hostias, igualito que los grises que trajo Lora, y el jefe de policía de Valencia explica la situación diciendo que no puede decir nada porque no quiere dar pistas al enemigo. Acabáramos.

¿Pura anécdota, como sostiene que es la delegada del Gobierno? No se enteran estos chicos que tantas cosas han hecho en siete meses y, a juzgar por lo ya conocido, aún nos harán más. La cuestión no es, como dice el manual ése que han preparado en las oficinas de la calle madrileña de Génova, que las manifestaciones estudiantiles sean ilegales. Lo que los responsables con más poder en el Partido Popular deberían averiguar cuanto antes, por su propio bien y, de paso, el de todos, es por qué se producen y qué hay que hacer para manejarlas de una forma que no tenga nada que ver con la que ha hecho prender la mecha de Valencia. Mientras no entiendan que es así vamos a ir de siete en siete años para atrás hasta que nos encontremos de pronto en la década de los sesenta con los grises invadiendo la Complutense. En aquel entonces no pudieron entrar en la facultad de Químicas —como testigo presencial, doy fe— ni a golpe de porra, aunque sí ocuparon Filosofía y Letras a caballo. Cargaban contra el enemigo, eso es todo. También de aquellos tiempos son las tiras de Walt Kelly con el personaje Pogo como protagonista. En una de ellas la zarigüeya, vestida de soldado, informa a sus superiores. Hemos encontrado al enemigo, dice Pogo. Y resulta que somos nosotros.