De la mujer representada en "La Gioconda" sabíamos ya casi todo lo que cabe saber de una persona, aunque no hubiera datos, pues el rostro es el que más nos cuenta siempre de alguien. Pero ahora, más que de esa mujer, podemos saber nuevas cosas de Leonardo y del discípulo suyo que le hizo a aquélla en paralelo el retrato del Prado. Viéndolo se diría que el discípulo sería quizás un jovencito fanático de la pureza y apreciaba el punto de distancia que ésta emite, como una radiación fría. Leonardo, en cambio, preferiría ver la segunda piel que hay bajo la tensada por la pureza, tal vez porque sabría que ésta es siempre una costra superficial, aunque proceda de una determinación profunda desde el centro motor de la carne. En cuanto a "La Gioconda", capaz de sembrar la duda sobre el asunto de fondo, era mucho más astuta de lo que pensábamos. O engañó al discípulo o a Leonardo, o a los dos.