Animado por el grato proyecto de que Palma compita en el difuso y profuso mercado de ciudades turísticas de fin de semana (las llamadas city breaks), recurro a un buen amigo, palmesano de pro, para intercambiar impresiones al respecto. Bueno, más bien para tomar nota de sus reflexiones de sólido raigambre ciudadano. "No lo acabo de ver, Pepe, porque Palma sin el complemento del resto de Mallorca no tiene tirón, los fines de semana nos vamos a los pueblos, a nuestras casas, ferias o lo que sea. Solo tienes que ver qué hace un turista cuando llega: alguna vuelta por Ciutat, pero enseguida se va a Valldemossa, Pollença, Andratx…, y si hablamos de playas en verano, qué te voy a decir…". Ponía el dedo en la llaga casi con desdén, pues la observación es tan real como común entre el vecindario capitalino. A renglón seguido me cuenta que el pasado fin de semana se escapó a San Sebastián. "¿Y qué tal?". "Pues muy bien, una escapada así siempre reconforta". "¿Y tú no crees en la posibilidad de correspondencia, de que un guipuzcoano salte a Palma?". "¿A hacer qué?". "Pues lo mismo que tú hiciste allí; a ver, cuéntame tu viaje". Al cabo del relato, hice el ejercicio de cambiarle los nombres de su agenda vasca por las posibilidades no reconocidas que brinda Palma. "Hombre, dicho así, posiblemente tengas razón", me tranquilizó.

Entender Palma sin la part forana es tarea arduo compleja…, y no es gratuito. Ese es el principal escollo originario para impulsar la ciudad como destino turístico con personalidad propia.

Acudo a En la ciudad sumergida de José Carlos Llop, referente necesario para entender Ciutat: "(…) El ciudadano [palmesano] sin quarterades o quartons no es apenas nadie en su propia tierra (…)". "No hay crítica, sino retrato. La Palma más señorial no es más que una herencia de la Mallorca rural: las casas como posadas de las grandes fincas en que estaba dividida la isla…". Y concluye: "El origen estrictamente urbano es escaso. En consecuencia, la vivencia de la ciudad –la ciudad como alma propia– adolece de una malformación original y es perjudicada o, como mínimo, sospechosa de desarraigo".

La tradición literaria camina también en contra de la "autonomía" ciudadana: del prolijo y secular inventario de autores que alabaron Palma por todo el globo, casi se cuentan con los dedos de las manos aquellos que no traspasaron la frontera a los pueblos, aquellos que no relegaron Palma a un capítulo más de sus relatos sobre Mallorca a pesar de sus desbordantes evocaciones sobre la ciudad, centradas sobre todo en la Seu, la Almudaina, Bellver y el casc antic. "I això ho pots veure en un dia, i després què…", me respondía otro amigo. "I després què de què, idó com les altres: passejos, alguna exposició, un museu, sopars, copes, festa i tornar a casa…".

Decía que ese es el principal escollo: que nos creamos los argumentos para competir en la abarrotada competición de las city breaks, Palma como escapada; en definitiva, que haya conciencia de ciudad, de capital. Y para creer no hay más que ver, ver la renovada ciudad que está emergiendo, como explico más adelante.

Por todo ello, cuando leo la todavía leve polémica –irá a más– sobre el cometido de la Fundació Palma de Mallorca-365 intento desbrozar cuánto de ella pertenece a las resistencias de la ambigua (rechazo-dependencia) dicotomía Palma-part forana en el imaginario palmesano y cuánto hay de realidad para cejar en el intento de la promoción capitalina.

La Palma actual ha cambiado suficientemente para sustentar con autoridad su comparación con el resto de ciudades de escapada, lo único que se necesita es "empaquetarla ad hoc". Haciendo un símil cinematográfico, Palma ha añadido a su tradicional mirada "en contrapicado" (a sus monumentos histórico-artísticos) una mirada travelling a sus calles. Palma ya mira a la calle. Solo así pueden entenderse las nuevas y populosas rutas de ocio ciudadanas como Santa Catalina (y su magnífica eclosión peatonal en la calle Fábrica), sa Gerreria, es Molinar, o la menos nueva de sa Llotja, y, lo que resulta muy curioso, cada una de ellas con personalidad propia. O el nuevo uso generacional del siempre inacabado es Born. O la popularización del tapeo, quién lo iba a decir hace tan solo diez años. Recorremos un camino de no retorno, y lo es porque los ciudadanos, autóctonos y foráneos, más o menos de forma espontánea, lo han asimilado de forma natural, o, como podría decirse, lo estaban esperando.

Solo con lo mencionado en ocio y cultura, en los días y horas idóneas para cada plan, ya hemos agotado el fin de semana vasco de mi citado amigo. Con creces.

"¿Y el domingo qué?". "Ah, el domingo… Pues lo mismo que en San Sebastián: si ya he visto los monumentos obligados, desayuno tarde en una buena cafetería mirando al mar, me doy una vuelta por la animada zona de es Portitxol-es Molinar para comer y me voy pitando encantado al aeropuerto". "Hombre, visto así…".

En el pasado puente de la Constitución salté a Londres y coincidí con una de las actividades promocionales de ciudad más potentes que he visto: el día VIP (Very Important Pedestrians Day), algo así como el "Día de los peatones", en que cierran al tráfico las kilométricas Oxford Street, Regent y aledaños para convertirlas en un hormiguero de compras con todas las tiendas abiertas y miles de bolsas comerciales correteando de un lado al otro de las calzadas. Interesante. Abrumador. Pedestrian, palabra maldita para algunos que allí es utilizada como reclamo para que los ciudadanos tomen la calle…, y las tiendas, claro.

Pero ese es otro cantar en el camino de la gestión de los argumentos con que cuenta Palma. El sempiterno debate de las aperturas comerciales todavía no es necesario, no en este momento de proyecto non nato. Si se gestiona lo que ya tenemos con eficiencia, las resistencias caerán poco a poco por sí solas y la agenda palmesana sumará sin esfuerzos, por la propia inercia, nuevos derroteros. Habiendo vuelos, solo falta autoconvencernos y crear el calendario adecuado para situarnos, con nota, en ese ranking tan productivo –y cohesionador– que otras urbes ya experimentan con notable éxito.