Buscando comprensión, Mariano Rajoy se sinceró con el primer ministro de Finlandia, Jyrki Katainen: "La reforma laboral me va a costar una huelga general". La barrera del idioma no separa a nadie donde todos saben lo que pasa. Lo que dijo Rajoy es "ya sabes cómo está el servicio" y lo que le contestó su homólogo –que llegó al gobierno prometiendo subir la edad de jubilación, rebajar impuestos a las empresas y apoyar la energía nuclear– fue un asentimiento de "¡qué me vas a contar, hija!".

En las imágenes de debutante en cumbres, Rajoy parece Don Pelmazo en un pincheo pero no es así, habla el discurso de moda. Lleva incumplible el objetivo del déficit público, el PIB en caída y 5,3 millones de parados pero también aporta una reforma laboral para antes del 15 de febrero y una reforma financiera pendiente sin coste público, recorte de gasto y subidas de impuestos.

No se ve en Eurorrajoy y su discurso calamitoso al hombre que hace tres meses se retaba a devolver la felicidad a los españoles, cosa fácil por nuestra tradición de pobres alegres. En una tarde toledana de la pasada campaña declaró que sería valiente (lo que permitía imaginarle con una espada) y prudente (lo que permitía imaginar un corcho en la punta de su espada).

Parece que se inclina por el valor porque en este ambiente han declarado que es la hora de ser valientes y de quitar el desayuno a los pequeños en el recreo. Si algo va mal, reforma laboral, imaginativa solución de todos los males, como rascarse el culo cuando tienes tos.

Reforma de verdad, no como la última del PSOE que "no sirvió absolutamente para nada". Todas sirvieron para algo: cada vez es más fácil y barato contratar y despedir. Cada vez hay más gente en paro y otra que trabaja más por menos dinero. Cada vez es más barato mantener el empleo al mismo precio, con el acuerdo de los sindicatos. O Rajoy de la primera cumbre es un baladrón o tiene preparada una buena.