En 1996, cuando le dieron el Premio Nobel a la poeta polaca Wislawa Szymborska, Josep Maria de Sagarra –que era profesor en Varsovia– me envió por fax la traducción que había hecho al catalán de cuatro de sus poemas, y esos cuatro poemas se publicaron en el suplemento Bellver de este periódico. En 1996 poquísima gente conocía la poesía de Szymborska en España –y en el resto del mundo–, así que aquel premio nos pilló a todos por sorpresa. Recuerdo que se hicieron bromas en una tertulia radiofónica sobre el nombre, tan difícil de pronunciar, de la poeta polaca: "¿Cómo se pronuncia esto? ¿Es sin vodka? ¿O es sin boca? A ver, por favor, que alguien lo aclare". J. M. Sagarra me había enviado también unos cuantos poemas de Szymborska traducidos al inglés, y en seguida me di cuenta de que era una poeta buenísima. De todos modos, yo creía que nadie iba a prestar mucha atención a aquellos poemas de una poeta polaca desconocida, pero un lector del periódico llamó a la secretaría preguntando cómo se podía poner en contacto con la Szymborska para decirle lo mucho que le habían gustado los poemas. Me lo contó, muy sorprendido, Josep J. Rosselló. "Tu saps on viu aquesta dona?", me preguntó. "No en tenc ni idea", contesté. Pero aquel día descubrí que aquella poeta polaca de nombre impronunciable conseguía hacerse querer de inmediato.

Y todo lo que sucedió a partir de aquel momento me lo confirmó. Los libros de poesía de Wislawa Szymborska, cuando se tradujeron al catalán y al castellano, se vendieron muy bien y tuvieron una gran acogida. "Szymborska" era uno de los primeros nombres que muchos poetas jóvenes citaban como fuente de inspiración. El famoso poema del gato que se queda solo tras la muerte de su dueño –"Un gato en un piso vacío"– empezó a ser uno de los poemas más leídos en funerales y ceremonias fúnebres. El lehendakari Patxi López leyó un poema de la Szymborska en su discurso de investidura. Alfabia, la editorial de la mallorquina Diana Zaforteza, publicó hace poco Lecturas no obligatorias, las maravillosas reseñas de libros en las que Szymborska hacía sus inteligentísimos comentarios sobre Montaigne o la poesía china, pero también sobre la jardinería, la vida extraterrestre o el arte floral. Y hace pocos días leí que la princesa Mette-Marit de Noruega había felicitado el cumpleaños de su hija en twitter. El hecho en sí, por supuesto, no tenía nada de excepcional. Lo raro era que lo había hecho con un poema de Szymborska. Me pregunto si la poeta tuvo tiempo de enterarse, antes de que la muerte la sorprendiera durmiendo en su casa de Cracovia, el miércoles pasado, a los 88 años, una edad que no está nada mal para una mujer que había fumado sin parar desde hacía muchos años, y que cada vez que le aconsejaban dejar de fumar, respondía que había ido a demasiados entierros de no fumadores como para tomarse en serio la amenaza del tabaco.

Aunque le tocó vivir uno de los periodos más negros de la historia del mundo –Hitler invadió Polonia cuando ella tenía 16 años–, Szymborska nunca perdió el sentido del humor. Las fotos que se difundieron de ella mostraban a una anciana sonriente, muy bella a pesar de los años, que siempre aparecía fumando y que siempre daba la impresión de vivir en paz consigo misma. Si tuvo miedos, rencores, ambiciones frustradas, desvelos, logró olvidarlos como si fueran un paraguas estropeado. Su divisa era muy sencilla: "No sé". Cuando ganó el Nobel y empezó a ganar algún dinero, siguió viviendo en el mismo apartamento de un feo barrio de las afueras de Cracovia, sin preocuparse de buscar una casa mejor. Si la invitaban a viajar al extranjero, contestaba que aceptaría encantada "cuando fuera más joven". Y aunque no le gustaba hablar de sí misma –"para eso están mis poemas", decía–, sabía convertir una observación cualquiera sobre su vida en una hermosa lección de metafísica: "Para el alma –decía en un poema–, la alegría y la tristeza no son sentimientos distintos".

En uno de sus últimos poemas, Szymborska decía que debíamos sentirnos afortunados por vivir en este mundo, "un rincón modesto,/ en el que las estrellas dan las buenas noches/ y hacia el que parpadean/ sin ningún significado". Puede que en el parpadeo de las estrellas no haya ningún significado. Pero leyendo a Wislawa Szymborska, uno podía estar seguro de que en ese parpadeo sin sentido iba a encontrar un instante de felicidad.