Poner determinadas piezas de valor en manos de algunos gestores empresariales de trascendencia pública puede llegar a ser una verdadera temeridad de graves consecuencias irreparables. Eso, incluso cuando se da por supuesto que los afectados tienen una especial sensibilidad sobre la materia en cuestión o dominan y por tanto saben valorar, cuanto se les ha confiado.

El Ferrocarril de Sóller ha protagonizado, sin remisión, uno de estos descarrilamientos irreversibles sin posibilidad de volver a la vía del sentido común y de la responsabilidad, tanto pública como privada. Todo porque, a pesar de que sus gestores andan cada día o tienen sus despachos entre vagones y locomotoras y se supone que deben haber aprendido a amar y entender de estas piezas y sus convoyes, sin embargo, por extraño, pero real, que resulte, sólo han sabido ver chatarra donde había patrimonio ferroviario y calderilla en el lugar en que, de haberse hecho las cosas bien, estaba garantizada la rentabilidad económica. ¡Cómo si el Ferrocarril de Sóller estuviera para el despilfarro! Despilfarro patrimonial y monetario se entiende. Es la pobreza del desconocimiento y la insensibilidad.

La historia, de pura chatarra directiva, es tan asombrosa como irreparable. Ni siquiera podemos divertirnos con ella. Sólo procurar que no nos haga mala sangre. Resulta que en 2000 el Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia cedió al Ferrocarril de Sóller una locomotora "cocodrilo" –apodo que le viene de su forma– como intercambio de un tranvía que en su día había recorrido las calles de Bilbao. La maquinaria llegada a la isla, que en principio debía servir para el trayecto turístico del tren de Sóller, es una pieza de la firma suiza Brown Boveri de la que ya sólo quedan media docena de piezas en toda Europa. Sin duda, su último propietario, Euskotren, que la había heredado de Ferrocarriles Vascongados, le deparaba mejor suerte de la que ha acabado corriendo en Mallorca. Literalmente, ha acabado convertida en chatarra a precio tirado porque los responsables del Ferrocarril de Sóller sólo supieron ver el estorbo de 25 toneladas de metal donde había una joya de los trenes con alto valor. Incluso económico. Ha sido un pésimo negocio en todos los sentidos.

Los chatarreros han pagado por un "metal" que había estado años a merced de vándalos y desaprensivos, un total de 10.000 euros. Sale a 40 céntimos el kilo. Sin embargo, los entendidos aseguran que, tirando por lo bajo, "la cocodrilo", medianamente conservada, hubiera encontrado facilmente comprador por 100.000 euros porque, por fortuna, en España y en Mallorca hay quien sabe apreciar, restaurar y conservar el patrimonio vinculado al mundo de los trenes. No es el caso del Ferrocarril de Sóller. Su presidente, Óscar Mayol, se ha sincerado al ser consultado por este periódico. "Estábamos cansados de ver ese trasto tirado en un solar" ha dicho. "Trasto" de gestión por no saber apreciar los valores de las cosas y no de patrimonio y contenido histórico. Conviene matizarlo. A pesar de que lo ocurrido diga poco a favor de una empresa, como Ferrocarril de Sóller, creada en 1912 y que aporta singularidad al paisaje de la isla. Ahora también despropósito.