Por extraño que parezca en torno al período de las fiestas de Navidad y fin de año, los servicios de urgencias registran un incremento de visitas motivadas por abusos alimenticios o ingesta de alcohol, y los psicólogos registramos un incremento de crisis emocionales y conflictos familiares derivados de las fiestas.

¿Qué fenómenos psíquicos y sociales subyacen a este dato?

Estas fiestas siempre conllevan dos imperativos: ser felices y amarnos. Más aún, y este dato es importante, un plus de amor y felicidad. El problema radica en lo que en psicología clínica se denomina descompensación, o sea, la pérdida de un equilibrio.

Desequilibrio de la felicidad

Todo el año, cada día, intentamos obtener toda la felicidad posible. Somos por fuerza humildes. Sabemos que sólo nos está permitido obtener cuotas que no son ni completas ni eternas. Como escribió Jorge Luis Borges: momentos.

Desequilibrio del amor

Amar supone buscar ser complacidos y completados, complacer y completar. Esto vale para todos los lazos, pero especialmente los más primarios. También aquí las imposibilidades del día a día nos acostumbran a no poder colmar ni ser colmados. Los abuelos saben que los nietos tienen colegio y que no los verán hasta el fin de semana. O en una pareja se convive con la imposibilidad de disponer del otro todo el tiempo o de tenerlo cansado o disperso. Pero en ciertas fechas toda esa humildad de la felicidad y del amor, todo ese equilibrio entre frustración y disfrute es alterado por un imperativo: tanto la felicidad como el amor han de ser completos.

Al igual que en las orgías del imperio romano, (o la versión contemporánea del bunga-bunga berlusconiano) se produce un búsqueda de esa felicidad en la comilona que supera la limitada capacidad de ingesta de nuestro organismo o en la borrachera buscando la euforia y la plenitud. Cuanto más se excede esta búsqueda más "efectos colaterales" como se dice en las acciones bélicas. En las relaciones familiares, se exacerban todas las expectativas, mediciones de cuanto se prodiga a unos y otros. Si una joven pareja va a casa de los padres de él o de ella, si se invita a unos o se excluye a otros. Y claro, no se puede estar en todas partes y como dice el refrán: "Nunca llueve a gusto de todos". Consecuencia: culpas, resentimientos, ofensas y decepciones.

Este fenómeno no es exclusivo de las fiestas pero en ellas se amplifica. El imperativo de plenitud se cuela en otros escenarios de la vida como las vacaciones, los aniversarios o, a muy pequeña escala, los fines de semana. Lo que subyace a todos estos fenómenos es que no podemos ir más allá de una cierta frontera, de un cierto resto de insatisfacción, o dicho de otro modo que no se puede evitar una diferencia entre el placer esperado y el encontrado. Moraleja: para disfrutar de unas felices fiestas tolerar la incompletitud, porque como dice el refrán: "Lo mejor es enemigo de lo bueno".