Hay una película muy tonta, Romy and Michele´s High School Reunion, en la que sus rubias protagonistas (Mira Sorvino y Lisa Kudrow) son dos alocadas chicas sin oficio ni beneficio invitadas a una fiesta de antiguos alumnos del instituto. Para epatar a los excompañeros, fingen ser exitosas mujeres de negocios forradas y felices gracias al descubrimiento del siglo: el post-it. A su alrededor, murmullos de envidia y reconocimiento porque ¿quién no es hoy dependiente de estos cómodos papelitos amarillos que suplen la menguante capacidad de nuestra memoria? Por descontado, el truco se destapa al poco. En realidad, no fueron ellas, sino dos investigadores llamados Silver y Fly quienes toparon con esta joya revolucionaria del material de oficina buscando un pegamento más resistente. Por pura casualidad. Este ingrediente, junto con astucia, paciencia, curiosidad e ingenio, ha resultado básico para llegar a algunos de los mejores inventos de la historia, desde la penicilina a las pilas. La pasada semana fallecía en Zaragoza Manuel Jalón, padre de la fregona. A este ingeniero aeronáutico se le ocurrió diseñarla hace poco más de medio siglo cuando observó a una mujer fregando de rodillas y se acordó de cómo se retiraba el aceite de los aviones del suelo de los hangares con un cepillo con mango largo. Al presentar el artilugio dijo que iba "a levantar a la mujer española del suelo", y se quedó corto. Deben ser incalculables los dolores de espalda y de piernas que se han ahorrado las mujeres (sobre todo) y los hombres del mundo entero gracias al avispado que ató un manojo de tiras de algodón a un palo. El ser humano recuperó su postura erguida, léase con un suspiro de alivio.

El post-it nos facilita la organización, la fregona es fuente de salud barata y universal. Hace unos días, el diario El País entrevistaba a Per-Ingvar Brånemark, investigador europeo del año y por dos veces candidato al Premio Nobel. Hace cincuenta años descubrió que usando titanio para fijar piezas dentales a la mandíbula, este metal se fusionaba con el hueso y los implantes no se caían. Todo aquel que se haya sometido alguna vez a una endodoncia le debe una palmada en la espalda a este sueco que hizo dar un paso de gigante a la medicina bucodental, cambiando la filosofía de la extracción por la de la conservación. "Mi objetivo es que nadie debería morir con los dientes en un vaso de agua. No es una cuestión de estética, lo es de bienestar y salud", afirma el profesor. En efecto, uno de los problemas principales de la población anciana en España es la desnutrición, que en muchos casos deriva de la incapacidad de masticar correctamente la comida, lo que lleva a unas dietas empobrecidas e insuficientes. A cualquier edad, la diferencia entre disponer de la propia dentadura o estar sujeto a la cruz de una prótesis resulta enorme, más de diez millones de implantes de titanio en el mundo lo atestiguan. Puede que no tengamos conciencia de quién es Per-Ingvar Brånemark, de lo que sigue haciendo en su laboratorio de Estocolmo, y del avance impresionante que supone hallar un material que no genera rechazo en el cuerpo humano, pero le debemos una pequeña dosis de nuestra felicidad, actual o futura, en forma de sonrisa de dientes sanos.

Como todos los grandes tipos que actúan calladamente y generan progreso en la gente corriente, el investigador sueco relativiza su mérito alegando que "tropezó" con su descubrimiento mientras buscaba otra cosa, lo que los ingleses llaman serendipity (serendipia), o sea, la casualidad o nuestra muy castiza chiripa. Vale, aceptamos la intervención del azar en nuestros destinos si es para bien. Pero en cualquier caso, que la fortuna sea selectiva y elija a los más sagaces, y que además se los encuentre trabajando.