Habrá que determinar si los informes del Instituto Nóos de Urdangarín y socio fueron caros por inútiles pero no por cortos. Un mal informe es de "tonto el que lo pague". Un mal informe largo es, además, de "tonto el que lo lea". Los de Nóos se pagaban pero ¿se leían?

Hay que acabar, de una vez por todas, con el informe de tomazo y lomazo. Lo de Urdangarín pasará pero no debe perpetuarse el mito de la excelencia del tocho prolijo, con su introito, sus mudas páginas de cortesía, sus márgenes anchurosos, sus cuádruples espacios, sus sangrados exangües, sus 2.2.1. con su "a)b)c)dario" subsecuente. Fin al informe arboricida en serie y a sus afluentes de chorro de tinta que desembocan en un precio que se justifica al peso. Julio Camba, que era un maestro de la escritura, pedía perdón por no haber "tenido tiempo para escribir un artículo más corto". Sabiendo mucho y escribiéndolo mejor, jamás cobró 690.000 euros por 10 folios, seguramente porque tenía afán de lucro. Será disparatado comparar informes sobre deporte y turismo con artículos sobre viaje y costumbres pero es que los periodistas, como autores de escritos mal pagados y valorados al peso, no podemos evitar medirnos el folio. De ahí que en las noticias se destaque que a Urdangarín le pagaban el folio a 69.000 euros. Saldría más a cuenta si se dividiera la cantidad percibida por el número de gerundios vertidos, sean gerundios pasivos del estilo jurisconsulto español, sean gerundios activos de la literatura de gestión anglosajona.

Los informes caros deberían ser cortos porque en su brevedad se cobra el tiempo que el redactor ha invertido en concretar y el que el lector ha ganado al llegar a la información sin rodeos. Los informes caros deberían estar exentos de gerundios sólo para demostrar que el redactor estaba despierto en cada frase y no se dejaba llevar por el soniquete de campazas del informe.