Aunque hoy en día nos parezca increíble, hace sólo 80 años que las españolas contamos con estatuto de ciudadanas, es decir, tenemos derecho al voto. Desde que las primeras voces se alzaron pidiendo el derecho al sufragio femenino para que este fuera realmente universal, hasta que se convirtió en una realidad para la mayoría de los países, pasaron más de dos siglos. España no fue país pionero en otorgarlo, pero ni mucho menos estuvimos a la cola. Solo tenemos que recordar a Francia que, tras la revolución de 1789, abrió el camino a la concesión del voto… masculino, y no fue sino en 1947 cuando las francesas lo consiguieron.

De hecho, fue entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial cuando se inició el lento goteo de este derecho. La cota más alta de lucha imaginativa y contundente, la tienen las sufragistas británicas, mientras que en España, fue una reivindicación de una minoría ilustrada y de un grupo de mujeres feministas, y el debate no estuvo en la calle sino en los partidos políticos, alentados por mujeres dentro de ellos. En 1931, este país se estaba adentrando, por fin, en la modernidad y en la democracia, y mucha gente pensaba que toda la población debía gozar de sus ventajas, sin distinción de sexos. Hacía poco que las mujeres podían ser elegidas, pero no electoras. Además de Margarita Nelken, del PSOE, Clara Campoamor del Partido Radical y Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, fueron las primeras mujeres en obtener un escaño, votadas por hombres. Todas ellas eran feministas.

Se habla mucho de los fenómenos paranormales, de que la energía no se desvanece fácilmente. Si esto es así, entonces, las paredes del hemiciclo de las Cortes generales españolas deben estar impregnadas de una buena parte de la energía que desprendían estas dos portentosas mujeres, hace 80 años ahora; cuando el hemiciclo queda vacío, aún resuenan sus voces. Si se quiere oír.

Tanto Clara como Victoria eran fuertes y honestas, claramente feministas, entregadas a la causa progresista con toda su inteligencia y pasión dentro del campo republicano, pero estuvieron en trincheras opuestas en esa batalla que fue el debate sobre el derecho al voto de las mujeres.

En cuanto este se inició, se vio que iba a ser todo menos tranquilo. Cuando los señores diputados, los de antes y los de ahora, se enfrentan hasta sacarse los ojos, metafóricamente hablando, la opinión pública lo toma como parte de la lucha política, algo muy serio, legítimo e incuestionable. Pero el hecho de que Clara defendiera el sufragio femenino y de que Victoria se opusiera, provocó muchas burlas, espoleadas por los medios de comunicación. Se pudo leer comentarios como "dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo", o "¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?". Incluso el presidente Azaña, hombre serio donde los haya, describió la trascendental sesión como "muy divertida".

A pesar de que la prensa irónicamente les apodó La Clara y La Yema, Campoamor y Kent mantuvieron su lucha dialéctica, sabedoras de la transcendencia del momento. Se puede percibir aún, impregnado en las paredes del hemiciclo, el desgarro de Victoria, por mantener un no, a pesar de estar de acuerdo con las tesis sufragistas: "Creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres se encuentren aquí reunidas opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes (...). En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario, aplazar el voto femenino (...). Señores diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República (...). Pero hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer". Ella consideraba que, influidas por la Iglesia, las mujeres votarían en contra de la República.

Se percibe aún el esfuerzo titánico de Clara, campeando prácticamente sola contra adversarios políticos, contra sus aliadas de género y contra buena parte de su propio partido. Mucha determinación hay que tener para plantarse ante el hemiciclo en esas circunstancias. Pero, si algo tenía Clara, era fuerza; quien lo dude, sólo tiene que fijarse en su mirada. Se levantó una y otra vez de su escaño, y se dirigió al estrado para remarcar con fuerza que no había ni razón ni justicia capaces de negar tal derecho a las mujeres, y que era labor de unas constituyentes progresistas el reconocerlo. Clara Campoamor proclamaba el derecho al voto femenino, independientemente de que gustase o no el resultado en las urnas. Su argumento básico fue la igualdad de todos los seres humanos, irrefutable para la izquierda: "Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural, el derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo...".

En las siguientes elecciones, en 1933, votaron las mujeres y, por fin, el sufragio fue universal. La derecha se presentó unida en bloque, al contrario que la izquierda. Ganó la coalición de partidos de derecha y tanto Clara como Victoria perdieron sus escaños. Con oportunismo vergonzante, los partidos de izquierda echaron toda la culpa al voto de las mujeres y a Clara Campoamor por haberlo defendido. Tres años más tarde, en 1936, volvía a haber elecciones, Clara quiso presentarse a diputada, pero ningún partido la quería en su seno. Explicó todo en un libro con un título inequívoco "Mi pecado mortal, el voto femenino y yo". Esta vez, toda la izquierda se presentó unida en el Frente Popular. Y ganaron. Después de la victoria electoral, nadie le pidió disculpas, tal vez porque equivalía a aceptar que se equivocaron en su análisis del descalabro electoral, que no fueron las mujeres las causantes de la derrota en el 33, sino la desunión de la izquierda. Difícil para los partidos de entonces y de ahora, reconocer sus errores, al parecer. Muchas lecciones se aprenden repasando nuestra Historia.

Fueron contadísimas las veces que Franco permitió el voto en sus referéndums, pero estaban incluidas las mujeres, por lo que es indiscutible lo que dijo Clara Campoamor en 1959: "Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que hice yo: el voto femenino". Murió en Suiza en 1972, olvidada por todos. Nosotras, ahora la recordamos y conmemoramos su aportación a la democracia plena, aquella que incluye a toda la ciudadanía sin distinción de sexos.

(*) Associació de Dones d´Illes Balears per a la Salut (ADIBS)