Se suele creer que el dimitido Silvio Berlusconi representaba los intereses de la derecha italiana, y eso es verdad hasta cierto punto, pero Berlusconi hizo su carrera a la sombra del Partido Socialista Italiano de Bettino Craxi, que acabó sus días acusado de múltiples cargos de corrupción y refugiado en su lujosa villa de Túnez, de la que no se atrevió a salir hasta el día de su muerte para evitarse una condena de cárcel en Italia. Ya sé que Berlusconi, a primera vista, parece un hombre de la derecha más cerril y machista. Pero las cosas nunca son tan simples.

Si lo pensamos bien, el modo de hacer política de Berlusconi ha mezclado lo peor de la derecha con lo peor de la izquierda, y hablo de derecha y de izquierda como si fueran ideas platónicas, sabiendo que los conceptos tampoco son así de simples. Y es que Berlusconi ha hecho política fundiendo los peores rasgos de ambas tradiciones, en una especie de populismo sensacionalista que entendía la política como una simple prolongación de la televisión. Primero desde sus televisiones, y luego desde el poder, Berlusconi fue sustituyendo las ideas por los índices de audiencia y por el culto al dinero y a la fama. De la izquierda (la peor izquierda, repito), Berlusconi adoptó las técnicas del subsidio generalizado y del uso paternalista del poder, con la consiguiente supresión de cualquier exigencia de responsabilidad individual a los ciudadanos. Y de la derecha (la peor derecha, repito), Berlusconi adoptó la fascinación mórbida por el dinero como único motor de la conducta individual y como único valor que debe regir en una sociedad.

No conviene olvidar que el berlusconismo está representado en España por Tele-5, que es capaz de cultivar la amoralidad irreflexiva de la peor izquierda junto con la fascinación por el dinero fácil de la peor derecha. Basta recordar que los representantes más visibles de Tele-5 son Belén Esteban y su "catetismo fashion", que se inclina hacia el PP (ella mismo lo dijo), o bien los presentadores Jorge Javier Vázquez y Jordi González, que son partidarios declarados del PSOE (del peor PSOE, se entiende). Jordi González ha llegado a entrevistar en "La Noria" a la madre del Cuco, un presunto implicado en un crimen, y encima pagándole por la entrevista. Si Jordi González fuera tan inteligente como él se cree, habría usado esta entrevista para desenmascarar las pésimas prácticas educativas de muchas familias españolas. El Cuco, por ejemplo, tenía 15 años y varias navajas y hacía su vida sin dar cuentas a nadie, sin que su madre pareciera preocupada por ninguno de estos hechos (nos guste o no, en España hay miles de padres y madres así). Pero Jordi González convirtió la entrevista al Cuco en un mero ejercicio de la peor telebasura, así que desencadenó una campaña en su contra en Internet y hoy ya no hay ni una sola marca publicitaria que se atreva a anunciarse en su programa. Ni siquiera WC Net, una marca de material de limpieza para inodoros que era el único anunciante, imaginamos, digno de un programa como el suyo. Ni siquiera WC Net, insisto, se considera digna de "La Noria". Enhorabuena.

Y la dimisión de Berlusconi permite otra reflexión. La única política que nos podrá sacar de la crisis no es aquélla que combine lo peor de la derecha con lo peor de la izquierda, como ha hecho Berlusconi, sino al contrario, aquélla que sea capaz de unir lo mejor de estas dos formas de ver el mundo. Por eso necesitamos el horror a la ostentación que sentían los buenos burgueses de hace cincuenta años, del mismo modo que necesitamos la preocupación por la mejora individual y por la mejora de las condiciones laborales que defendía el sindicalismo obrero de la II República. Y necesitamos el gusto por el trabajo bien hecho que era un patrimonio de la burguesía ahorradora, a la vez que necesitamos el reconocimiento de la responsabilidad individual en la vida pública de lo que hacemos cada uno de nosotros, una idea que ha desaparecido por completo del discurso de la izquierda, por cierto. Y por último, necesitamos reconocer las conquistas sociales del Estado del Bienestar como las más altas cotas de civilización a las que ha llegado una sociedad humana.

No sé si es factible esta nueva forma de entender la política —y la vida—, pero es la única que nos serviría para salir del agujero. Si es que aún estamos a salvo de la telebasura y su degradación moral, claro está.