Fue el más discreto y el más reconcentrado. En fin, el más elegante de los cuatro. Scorsese, como ya hiciera con Dylan y con los Stones, se interna en la vida de George Harrison con un documental de 200 minutos. Tuvo que lidiar con esa pareja irrepetible. Ya saben: Lennon&McCartney, toda una firma. Harrison estaba ahí, subterráneo, un poco de perfil, siempre un paso o dos por detrás de John y Paul. Ringo era otro cantar. Batería y simpático. Estaba salvado. Si embargo, el talento de Harrison tuvo que apretar los dientes, insistir en la sombra y, de vez en cuando, emerger con unos temas delicados, sutiles, que se diferenciaban del resto y que, por supuesto, le dieron otro matiz al cuarteto. Harrison, a los que tenemos la tendencia a fijarnos en la parte más o menos oculta de todo, la más desapercibida y, por tanto, la más enigmática, siempre nos atrajo precisamente por eso. Por estar al margen del ruido y de la furia, de los golpes de genio de Lennon y de la inspiración menos ácida de McCartney. Ringo, ya digo, tocaba la batería y sonreía. Estaba salvado. Harrison inició a los demás en la música hindú y aprendió a tocar el sitar con Ravi Shankar. Fue el momento, todo hay que decirlo, más tabarroso de The Beatles, a pesar de que uno sea muy sensible a las melopeas indias.

Me interesó, sobre todo, la amistad entre Clapton y Harrison. Una amistad baqueteada por la disputa de una mujer: la modelo Pattie Boyd. Recuerden Layla y Wonderful Tonight, los dos temas de Eric Clapton. Recuerden, cómo no, Something, uno de los temas insignia no solamente de Harrison, sino también de The Beatles. Tema algo meloso, pero es que el amor tiene estas cosas, que puede azucarar cualquier cosa. El asunto tuvo su miga, ya que Clapton se enamoró fatalmente de la mujer de Harrison y así se lo dijo, cara a cara, como hacen los amigos de verdad. Harrison encajó el golpe, pero como estaba flipado con la India, pues aceptó el envite con serenidad y ánimo extasiado, y le dijo: "OK, Eric, toda tuya." Para mí, claptoniano desde los 14 años, la figura de Clapton creció aún más y casi me aprendo sus solos de guitarra. A pesar de todo, la postura de Harrison fue como para quitarse el sombrero como hace el gran Cohen cuando se lo quita: con sobriedad y elegancia. Con gracia.

Cuando fui al cine a ver el documental me encontré con el desagradable cartel que rezaba: entradas agotadas. Maldije mi falta de previsión, pero me acordé del temple del beatle más silencioso. Lo asumí como quien asume la fatalidad de perder una mujer. Harrison, desde el asesinato de Lennon, afirma que vivió amedrentado ante la posibilidad de sufrir un atentado. De hecho, lo quisieron asesinar. No mucho después, murió de cáncer. La amistad con Clapton volvió por sus fueros. Que una mujer no sea la causa del fin de la amistad. Eso hay que celebrarlo. Clapton, que no se atrevía en sus inicios a soltar la guitarra y a decir esta boca es mía, confesó que fue Harrison quien le animó a cantar y, por su parte, el mismo Clapton fue quien enseñó a puntear con más habilidad las cuerdas a su amigo George.

No hay que menospreciar la influencia de Harrison en el cuarteto. Sus melodías siempre tuvieron un sello inconfundible. Un aroma y una atmósfera perfectamente reconocibles. Y, además, fue un guitarrista más que decente. No fue virtuoso, ni falta que le hacía. Nunca tuvo, como sus dos colegas de banda, arrebatos geniales ni golpes de efecto. Su estilo encajaba más con grupos como Crosby, Stills, Nash & Young. De hecho, Nash era el Harrison de esa banda, para entendernos. Su maldición, aunque también su suerte, según se mire, fue compartir banda con ese par de inspirados, John y Paul. Nunca se sabrá si salió ileso o bien lesionado. Era el más dulce de los cuatro, pero su talento estaba lejos de la firma, demoledora firma Lennon&McCartney. Uno querría salvarlo, más que nada por ser como era, suave y discreto. Enigmático. Sin embargo, nunca sabremos si la asociación Lennon&MacCartney taponó su talento o bien ocurrió que, en efecto, esos dos eran demasiado buenos como para seguirles el paso. Uno siempre quiso encontrar en Harrison algo que le desquitara de aquel poder bicéfalo, salvarlo de la quema, estar de su parte y declarar al mundo que Harrison era el mejor de los cuatro. Pero, no, y bien que uno lo siente, pues de algún modo uno estaba de su parte. Pero la música es la música, y las simpatías personales son eso, simpatías personales.

Se cumplen 10 años de su muerte, y Scorsese se adentra en la vida del beatle más tímido. Uno se fía de Scorsese. Si No direction home y Taxi Driver no me fallan.