El gran error de la modernidad ha sido siempre no saber medir el peso del pasado e imaginar que los cambios en la cultura y las creencias tienen lugar por un efecto mágico de la razón. Ignoran que la razón en sí misma es una creencia, que se implanta en el cuerpo social muy poco a poco. Nuestro siglo XIX y buena parte del XX dan cuenta de la lentísima expansión de las luces y de la libertad, que no han logrado imponer sus valores en España hasta hace un tercio de siglo. Las recurrentes involuciones que se producen en los países son sólo reajustes entre el tiempo deseado por los impulsores del cambio y el tiempo real de los pueblos. Lo que sucede en la llamada «primavera árabe», esto es, que el islamismo aún manda y el laicismo es débil, es muestra de lo mismo. No hay cambios por decreto, y al abrir las urnas el querer popular muestra su antigua faz, como un insecto apresado en ámbar.