El tiempo dirá si el aquelarre de los tres encapuchados leyendo, con arreglo a la puesta en escena de costumbre, una declaración a la que ellos mismos llamaron histórica, lo es de verdad. Puede que los terroristas venidos a menos no maten ya nunca más porque han perdido la capacidad para hacerlo y también puede que salga alguna facción rebelde, una ETA auténtica, dispuesta a reemprender el camino con el inconveniente de que Al Qaeda ha dejado el listón demasiado alto. Lo que resultaba difícil pensar mientras los etarras montaban el espectáculo de siempre añadiendo sólo eso de que no harán más atentados es que se lo fuese a tomar en serio alguien con unas mínimas dosis de sentido común. Si no piensan asesinar en adelante, ¿para qué necesitan las armas que aún esconden? Si van a apuntarse a la vía política que representa Bildu, ¿a santo de qué los disfraces? El comunicado habría sido más creíble si, al acabar el discurso manido, los tres actores se hubiesen quitado la capucha para que les viésemos las caras. No lo hicieron. Tampoco mencionaron, ni siquiera de pasada, el detalle nada menor del arsenal. Las malas lenguas dicen que están vendiendo bombas, ametralladoras y pistolas a sus colegas del lado oscuro por ver de sacarse unos dinerillos, cosa que, con la que está cayendo, es más que probable. Cualquiera les creería si hubiesen dicho algo así como que han tenido muchos gastos en su tarea frustrada por la independencia y es hora de hacer caja. Pero no: silencio absoluto respecto de tales detalles.

En realidad lo que ha dicho ETA, si es que las tres marionetas dignas de Halloween representa a la banda, es lo mismo de siempre. Incluso el comunicado final reclamaba una negociación con las autoridades francesas y españolas. Pero es ése el aspecto más cómico de un espectáculo que, de no mediar tantos asesinatos, torturas y secuestros, daría para un monólogo de autor. ¿Negociar, qué? Si bajo la amenaza del tiro en la nuca los gobernantes de París y Madrid no han aceptado el chantaje, ¿a santo de qué habrían de hacerlo ahora que los etarras dicen que cierran el negocio?

La Historia, con mayúsculas, hablará de un conflicto que dura ya varios siglos en el País Vasco. Las guerras carlistas y la mafia de ETA no han sido sino etapas sucesivas de lo que el cierre de la empresa de extorsiones que tenían montados los etarras no conduce a ninguna solución. Seguimos donde antes: cerca de la mitad de los vascos vota a partidos más o menos independentistas y alrededor del 50% se decanta por la fórmula de la españolidad. Que en adelante se pueda discutir en términos políticos, sin temer por la vida propia, será —de confirmarse— un alivio. Nada más. En términos estéticos, supone una gran diferencia perder de vista al ku-kux-klan en versión abertzale. En términos éticos, el camino está aún por iniciarse a partir de un primer paso imprescindible que es el de pedir perdón. En términos penales, quien la hizo debe pagarla. Y eso es todo a lo que se reduce el espectáculo.